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martes, 28 de diciembre de 2010

POR UNA CABEZA



Hoy cuando he salido de casa una gran nube se cernía sobre mi cabeza, negra y desafiante como un cuervo. Tenía los ojos hinchados y algo de ojeras pues he pasado una mala noche. En La Rambla me he encontrado con mi abuela a la que finalmente le han puesto una dentadura nueva. Al verla sonreír a lo Joan Collins con esos dientes tan perfectos como inadecuados me he encontrado echando de menos aquellas viejas y desgastadas piezas que tan familiares me resultaban.
Me he metido en el metro. He estado apunto de sentarme en un asiento untado de nocilla. Sí sí, como lo oyen. Alguien se había tomado el tiempo y la molestia de cometer este acto de vandalismo estúpido que les relato. Quiero pensar que la fresca mancha no era más que crema de cacao, Nutella o sucedáneo y así es como se la describo a ustedes. Finalmente he dirigido mis pasos hacia el vagón contiguo por encontrarse este más vacío. Me he sumergido en la lectura de La Dama de Blanco de Wilkie Collins pero pronto me he visto interrumpida por un tufillo para el cual no tengo descripción. Bueno esto no es del todo cierto, intentaré hacer uso de la escasa ración de sutileza que el día de hoy me otorga. Si la mancha de la que les he hablado antes, no hubiera sido crema de cacao ni ningún derivado de la misma, si se hubiese tratado de otra...cosa... pues esa cosa hubiera olido como el implacable y aun desconocido tufillo.
Horrorizada, y muy a mi pesar puesto que tenía los ojos hinchados, y por ello pocas ganas de mostrarlos, he levantado la cabeza dirigiendo mi inflamada mirada al pasajero sentado junto a mí. Era un hombre de rasgos asiáticos y oronda figura, es decir: Un chino gordo. El pasajero bostezaba de forma espasmódica, acortando significativamente las vidas de los que nos encontrábamos a menos de un metro de él.
Al otro lado un hombre hablaba por teléfono, con voz estridente, y comentaba algo de suma importancia que alguien había colgado en no sé que muro de Facebook y no sé quién había etiquetado a no sé quien más en no sé que foto. Él, por distancia, también vería su vida acortada debido al ejercito de bacterias que el chino soltaba en cada uno de sus implacables bostezos. Un par de chicos se subieron al vagón, iban vestidos de negro de los pies a la cabeza y recubiertos de imperdibles, piercings y otros abalorios. Uno de ellos tenía el rostro tapado de un modo casi total por una capucha del mismo color que el resto de la indumentaria, y desde dentro de aquella oscuridad el joven me miró, yo le miré y adiviné unos rasgos faciales con una fuerza insólita. Nariz recta y bien perfilada, labios gruesos aunque con un rictus triste y gris, sus ojos inmensos se apartaron de mi y pronto todo él volvió a la guarida oscura y segura que su holgada capucha le ofrecía. Mi atención se vio de nuevo desviada. Un violín sonaba no muy lejos, un muchacho tocaba “Por Una Cabeza”. Desafinó alguna nota pero aun así el contraste entre el mundo tangible y flatulento que se presentaba ante mi y las delicadas notas que suavemente empezaron a fluir por él, resultó cautivador. Me centré en la música, sensual e imponente. Miré alrededor, el hombre cuya vida parecía girar en torno a Facebook, se vio claramente molesto ante aquella intromisión. El chino orondo se había dormido y yo me pregunté: ¿Uno bosteza cuando duerme?. Los jóvenes oscuros hablaban ahora entre ellos. El muchacho tocaba su violín con esa conexión íntima que el músico tiene con su instrumento y me envolvía en sus notas que resultaban maravillosas y llenas de sentimiento. “Por Una Cabeza” debe ser tocada así, aunque sea bajo la mortecina y macilenta luz del metro.
Apenada vi que nadie prestaba atención. ¿ En que podían estar pensando esas sombras grises que fuera tan importante? ¿ Qué crueles pensamientos pueden prohibirnos escuchar la música? Pero chico acabó de tocar y monedas nuevas, de aquí y de allá, tintinearon en su monedero, quise sonreír, y creo que lo hice. El tufillo había vuelto, el chino gordo se había despertado y un despertar no es despertar sin unos cuantos bostezos. Llegué a mi destino.
Esperando a que las puertas se abrieran en mi parada, vi mi rostro maltrecho reflejado en el cristal de las mismas. ‘Vaya’, pensé, ‘así es como seré dentro de diez años’. Antes de bajarme también quise pisar al tipo del teléfono, que estaba visiblemente feliz porque de nuevo la única voz que se escuchaba en el vagón era la suya propia. Pensé machacarle un juanete para que pudiera sacarle luego una foto y colgarla en el avatar de su Facebook.

Silvia Serra

martes, 14 de diciembre de 2010

LA CARTA


Mi querido amante perdido,

¿Cuántos años han pasado? Muchos mi querido, pero aun conservo un recuerdo muy vivo de aquellos días, de aquellos meses a tu lado. Recuerdo la manta de retales en la que yacíamos desnudos, despreocupados, felices reíamos sin que nada importara más que nosotros. Nuestros dedos se entrelazaban, y sudando las temblorosas yemas se unían como nosotros lo hiciéramos minutos antes. Guardo todos tus besos. Tus labios se perdían en mi cuello. Yo cerraba los ojos y sentía tu respiración pausada. Tu boca buscaba su camino con la habilidad de quien ya lo ha recorrido antes.
Un día tuviste una idea, llenarías con tus besos mi cuerpo. Ni un milímetro quedaría libre de tu conquista. Qué maravilloso regalo me hiciste sin saberlo. La luz entraba a raudales por la ventana, de fondo sonaba Sarah Vaughan y su April in Paris. Mi querido amante.
Han pasado cincuenta años ya. Soy una anciana, una anciana que te recuerda y aun siente tu cálido abrazo y el dulce aliento de tu voz.
¿Cómo acabé detrás del sofá? No logro recordarlo. Sé que allí, detrás de aquel pequeño sofá, tumbada en el suelo y arropada por el remolino de mantas, te esperaba. Tu apareciste frente a mi con el desayuno, me miraste sobrecogido, dejaste la bandeja en la también diminuta mesa y viniste a mi lado. Me estrechaste entre tus brazos y te vi llorar. Nunca me habías amado tanto, dijiste. Querías conservar aquel momento para siempre, congelar el mundo hasta que tu corazón explotara. Yo reí un con una mano alboroté tus cabellos lacios. Sentí miedo en mis adentros. Tus palabras, tu mirada. Escuché tu corazón latiendo desbocado. ¿Por qué no detuve el tiempo contigo? Ahora estaríamos tras aquel sofá tu y yo, tu dedo acariciaría mi mejilla y mis labios recogerían tus lágrimas.

La marca del hombro. A menudo me han preguntado por ella. Siempre inventé una historia nueva. Me mordiste suavemente pero yo quise que apretaras. Insistí hasta que noté que algo se rompía. Un dulce dolor inundó mi cuerpo y un hilo de sangre me recorrió la espalda. Rojo, espeso, libre.

¿ Qué pasó entre nosotros? Te fuiste. Marchaste a la guerra. Al poco llegaron las nuevas. Te mataron. Me mataron. Morimos. Y tu aliento en mi cuello murió para siempre. Muchos vinieron después de ti, te busqué desesperadamente, en otros cuerpos, en otros ojos. Quise regresar a tus caricias pero no las volví a encontrar. Y de mí sólo quedó una cáscara, dura, rugosa y fría.

Me casé. Nunca tuve hijos. Sólo ahora que me he quedado sola me siento libre para volver. ¡Qué vieja soy ahora y qué poco me queda ya! En mis últimas horas permite que esta anciana recuerde sus días a tu lado. Sin duda los más dulces de su larga vida. Tus manos tomaban mis tobillos con fuerza y me arrastraban por la moqueta. Un día te conté que siendo niña había visto a dos hermanos jugar arrastrándose por el suelo de aquella manera, y me había parecido muy divertido. Yo cerraba los ojos y sentía el cuerpo flotar. Olvidaba cada rincón de mi ser y simplemente me dejaba llevar por ti. El suelo se deslizaba silencioso y obediente bajo mi cuerpo. Sólo escuchaba tu risa.

Te recuerdo entre mis piernas. Tus manos ceremoniosas recorrían mis muslos y una descarga sacudía mi espalda. La primera vez que introdujiste los dedos de mis pies en tu boca, simplemente pensé que eras un completo cochino. Perdóname, pero no estaba preparada para lo que estaba a punto de sentir. Aun lo siento ahora. Aquella fue la primera de una larga lista, una lista de cosas prohibidas de las que nos alimentábamos sin quedar nunca saciados. Nos ruborizábamos al ver el brillo en nuestros ojos. Recuerdo el calor, nuestras labios siempre húmedos. Siento los mareos que casi me hacían desvanecer. Noto mi visión borrosa, escucho la lámpara caer fustigada contra el suelo. Nuestras respiraciones ingenuas y alocadas. Cierro los ojos y lo siento todo. Te siento.
Nunca me he permitido hablar de ti y a cambio me he pasado la vida echándote de menos. Una vida sin y y en la que he sido completamente tuya.
¿Por qué moriste? Entiendo por qué morí yo, pero ¿por qué moriste tu?. No estabas echo para la guerra. ¿Tuviste miedo? ¿Pensaste en mi?
Ahora la muerte acecha a este pobre saco de huesos viejos, y ella es sin duda, mi única esperanza. Me despido de lo poco que dejo aquí y de lo es importante para mi. Le digo a este mundo que me voy contigo.¡Qué cosas! Tantos años sin ti y ahora no puedo esperar ni un segundo más.

¡Quiéreme cuando llegue! Quiéreme más ahora que sabes que no seguí sin ti, que morí contigo porque nunca más volví a sentirme viva!

Tuya siempre,

T.

jueves, 21 de octubre de 2010

THE BESTSELLER


A Ángel, quien puso a prueba nuestra amistad regalándome un Bestseller.

Verme enfrascada en ese tipo de lectura era algo tan inverosímil, que aun hoy me enfurezco con sólo pensarlo. ¿Cómo caí en sus redes? ¿ Cómo me siento tras la experiencia? Pues intentaré describirlo del modo más gráfico que sé. Imagine ser la novia de un príncipe, la mujer de un noble, la amante del mismísimo Elvis. Después de dichas experiencias, ¿posaríamos nuestra mirada en el ascensorista, o en el cajero del supermercado? Si supiéramos que en la azotea nos está esperando Niccolo Ferrante* ¿perderíamos el tiempo con el botones del edificio, o con el aparcacoches? No lo creo. Bueno, no lo creía hasta ahora.

Hace unos días acabé de leer La Perla, de John Steinbeck. Eran pasadas la media noche. Miré a mi alrededor. Siempre lo hago cuando termino un libro. Me quedo ahí quieta, analizando de nuevo el mundo material, aun estupefacta porque al pequeño Coyotito le hubieran abierto la cabeza de un disparo esos rastreadores a los que visualizo con cara de hiena, compruebo que todo está en su sitio. Vuelvo a la realidad. A menudo me escuecen los ojos cuando despierto de mi letargo. Me los froto. Esa noche no tenía sueño. La casa estaba quieta, ni los muebles se desperezaban, ni siquiera mis sonoros vecinos chinos de arriba hacían ruido. Paseé la mirada por la estantería de mi habitación. Me daba pereza levantarme así que tendría que conformarme con escoger algo de entre los libros que allí habían. Thomas Mann, Auster, Hawthorne, Goethe, Bukowski, Grass, Homero, Thoreau, las Brönte, Kawabata y Faulkner entre otros muchos. Saqué uno de entre tantos, lo hice mecánicamente. Sin motivo aparente. Miré su tapa. Habían unas letras ostentosas y doradas en la parte inferior derecha de la portada. Rezaban: Bestseller!! No conocía a la autora. Nunca había escuchado su nombre. Es en ese mismo instante cuando me ví a mi misma, sólo que a cámara lenta. En mi visión me estaba riendo, me reía de mis amigos que leen Bestsellers. Me he reído mucho de ellos a lo largo de mi vida. Me ví reír a carcajadas, sonreír con malicia, con saña. Reír con la boca llena, reír con los labios pintados. Raía mientras fumaba, mientras bebía y me salía el líquido por la nariz. Me reía de los amantes de Bestsellers del mundo. Les despreciaba por creer que compran literatura. Me creía mejor que ellos.
Soplé. Del libro salió una pequeña nube de polvo que me hizo estornudar. No lo entiendo, limpié la estantería hace sólo tres semanas. Volví a mi lado de la cama que aun estaba caliente. Abrí el libro. La forma de escribir se me antojó un poco simple, la manera en la que la autora se repetía en los detalles cada tres páginas me llevó a pensar que hasta la propia escritora destinaba su obra a seres obtusos. Visualicé a esos seres, hombros caídos, mirada perdida y un hilo de baba colgando y bocata de chopet en la mano. No sé por qué, pero los imaginé así. Leí cuarenta páginas, y en cada una me dije que esa sería la última. Pero luego hubo otra y otra y yo seguí leyendo. Cerré el Bestseller. Apagué la luz. Me escurrí bajo las sábanas. Me estremecía ante la idea de que puediera gustarme un bestseller. A ver, si tuviera que escoger entre convertirme en un Zombie o convertirme en una Fan de esos librejos escogería... ser un Zombie. Vale, comer carne humana o devorar bestsellers. Carne humana. Y con esos profundos pensamientos me dormí aquella noche. Soñé. El Bestseller se apoderó de mis sueños, y para colmo estos fueron plácidos. Por la mañana me levanté radiante. Si la vida fuera un musical yo hubiera sido Barbra Streisand en Hello, Dolly!.
Me quedé sola en casa por la mañana en casa. Pasé la mañana enfrascada en tan superflua lectura. Desayuné en la cama, con la mano adherida al libro. Como la pinza de un cangrejo que ha capturado una sabrosa presa y se resiste a soltarla. Llegó la hora de ir a trabajar. Odié el tramo de dos minutos a pié que hay entre mi casa y el metro. Nunca he podido leer andando, debido a mi falta de motricidad ya me resulta suficientemente difícil caminar sin más. Llegué al andén. Abrí el libro. El metro llegó en seguida. Dejé de leer con fastidio. Al entrar al vagón hice algo muy poco propio de mí, luego de que mis ojos se abrieran cual lechuza y mis colmillos se alargaran como los de un depredador, busqué desesperada un asiento en el que poder aposentarme tranquilamente y seguir leyendo aquel maldito libro para inútiles. En los transportes públicos la gente muestra verdadero interés por conocer el título de la obra que un lee. No sólo no me avergüenzo de mis gustos literarios si no que me enorgullezco de ellos. Pero esta vez era diferente. Tapé avergonzada el título del libro. Recordé a mi amigo Trevor en aquella fiesta en la que se presentó con un ligue barato y avergonzado la escondió dejándola sola en la barra toda la noche. Nunca entendí aquello. ¿Por qué salía con chicas de las que se avergonzaba? Bien, aquel día en el metro yo fui Trevor y el bestseller era mi ligue barato. La táctica consistía en poner el libro entre el bolso y mi cuerpo. De este modo nadie podría leer el título ni su contenido. Me pasé de parada.
Los dos días que siguieron hice cosas inimaginables, no grandes locuras pero sí pequeños gestos hasta ahora ajenos a mi personalidad. Entraba en el metro sin dejar salir antes, e incluso propinaba algún que otro codazo a quien se interponía en mi camino. Ni una anciana ni ninguna mujerona con juanetes me quitaría un asiento si yo podía evitarlo. Entiéndanlo, leer de pié no es lo mismo. Empecé a proteger mi bolso, en el llevo mi MacBook, mi monedero, mi teléfono, pero lo que yo protegía ahora era mi libro. Aquel libro era a la literatura lo que la mortadela a las carnes curadas, pero el caso es que yo me dormía pensando en la historia que en él se narraba. Me duchaba y pensaba en sus protagonistas, comía rememorando la trama. La verdadera vida no empezaba hasta que abría el libro y me adentraba en él. Lo lamento por las personas que viven conmigo, pero ni me percaté de su existencia esos días. Al llegar a casa podría haberme encontrado Latoya Jackson y Ramoncín en el lugar de mi hijo y mi novio y no hubiera notado nada extraño.

Cada vez quedaban menos páginas y mi temor se acrecentaba, Empecé a leer despacio. Espaciaba las horas de lecturas haciendo de la abstinencia algo insoportable. Inevitablemente el día llegó. Era de noche, todos dormían. pasadas las tres de la mañana. Terminé el libro al mismo tiempo que un gran vacío se apoderó de mí. La tristeza fue tan intensa y punzante que quise llorar. Sin pensarlo dos veces salté de la cama. Encendí las luces del comedor, Busqué entre los libros, Jane Austen, D,H. Lawrence, Flaubert. ¡ya los había leído! Los libros que despertaban mi atención eran aquellos que ya conocía. Fui al estudio, repasé los libros que hay allí... nada. Volví al comedor al tiempo que el agujero negro y vacío se hacía más grande. Me sentía desesperada, algo en mi me decía que debía esperar un par de días antes de embarcarme de nuevo. Pero no hice caso.
Subestimé al cajero de supermercado y ahora me cuesta olvidarle a pesar de que ahora paseo con un Niccolo Ferrante. He vuelto a ceder mi sitio en el metro pero a esas señoronas juanetudas del metro decirles que ni todos los asientos el mundo les van a quitar el semblante avinagrado que arrastran.

* Niccolo Ferrante: Personaje interpretado por Cary Grant en la película An Affair to Remember. Que nadie se imagine a un chulazo Italiano engominado, con diadema y pantalones blancos esperándome en la cima del Empire State. ¡Faltaría más!

viernes, 3 de septiembre de 2010

AMOR CIEGO O DIARIO DE LA NIÑA TOPO


Dedicado al entrañable Osvaldo Carvajal.

¿Cuántas veces me habré enamorado en mi vida? De pequeña me bastaba para ver al chico más guapo del día para enamorarme perdidamente y entregarle mi corazón para siempre jamás o al menos hasta el día siguiente. Llegué a enamorarme de chicos realmente extraños, recuerdo a uno que no movía los brazos al caminar, y luego está ese pelirrojo que no hablaba. Yo tendría unos diez años y era miope, no muy topo aunque lo bastante como para no ver bien a las personas de lejos, de manera que a veces me enamoraba de sombras difusas, siluetas difuminadas, pero también ellas eran carne para mi caldo. Amaba el amor. Necesitaba sentir amor y todo lo que ello conlleva, mi gran amado era el amor. Mi azúcar y mi sal... sin él nada tenía sentido. Así que aquí me tenéis, la que fuera una niña de diez años que al salir de la piscina entrecerraba los ojos intentando captar el detalle de la sombra de un desconocido, el color de su pelo, si tenía o no dos ojos y dos piernas... y si cumplía esos requisitos... yo me decía a mi misma: ‘Vaya... creo que le amo’. El momento del desamor era tan drástico como quitarse un tirita de golpe y tenía lugar en el preciso momento en el que me ponía las gafas.
A los catorce empecé a usar lentillas y también empecé a enamorarme con mas tino. A los de baush&lomb les debo un corazón menos decepcionado.

A los 19 yo vivía en Francia. Huí al país vecino, huí de un amor que me había sido entregado y que yo no podía corresponder. Si algo me atormenta es no poder corresponder al amor con amor. Una vez en Francia mi primer amor allí fue Alain, un carnicero charcutero del supermecado Casino. Alain y yo intercambiamos intensas conversaciones, ‘ponme un poco de jamón, por favor’ a lo que él respondía: ‘ ¿te lo corto fino o grueso?’. Y nuestras miradas se cruzaban. El vocabulario charcutero fue mi primer contacto real con el francés. Nuestra historia no pasó del mostrador, y un día, mientras el cortaba finamente mi ración de jamón, manjar que yo ya había empezado a coleccionar en mi nevera y de hecho podría haber vendido al por mayor, me percaté de un detalle que cambiaría mis sentimientos por Alain para siempre. Sus pulgares. Los vi dibujados, cogiendo la pieza de jamón y meciéndola delante y atrás en la máquina cortadora, con su pulgar en forma de pezuña de cerdo. ¡Dedos porcinos!. Supongo que alguien habrá venerado esas pezuñas sonrosadas, pero ese alguien no iba a ser yo. Pronto llegó Jean-Sebastien, componente de un grupo de AIKIDO que se hospedaba en mi mismo hotel en el que yo trabajaba como canguro. JS me hablaba sin parar de una manera tan entrañable, parecía estar tan lleno de vida. creo que no me hubiera enamorado de él si hubiera entendido una sola palabra de lo que decía. Entiendan ustedes las limitaciones del vocablo del mundo de la charcutería y carnicería. Imagínense, él diría algo como “ estás muy guapa esta noche” y yo contestaría “ Celery Rémoulade”. Pero en lugar de eso, Jean-Sebastien hablaba con efusión y grandes aspavientos a ratos, a lo cual yo respondía entreabriendo la boca con sorpresa, y él sonreía aun más. Pero nunca supe si él sospechó que yo no entendí ni una sola de las palabras que él con tanta pasión me había entregado. JS se fue y me quedé triste, pensado en qué me habría dicho, pero pronto me consolé pensando en la de cosas tontas que seguro me diría y en cuan afortunada era yo de no poderlas entender. Aprendí el idioma, pero ningún otro francés volvió a ser de mi interés. Ahora los colecciono en mi memoria en forma de bultos o sombras. Está El chico del tren. El chico del tercer balcón por la derecha en el segundo piso del bloque de enfrente. El dependiente de videoclub. El chico que me encontré frente a la ventana de mi despacho ( el limpia ventanas). El chico dos cursos mayor que yo. El profesor sustituto. El chico por el que me apunté a baloncesto e hice un ridículo espantoso.El vecino de arriba 15 años mayor que yo. Y he de decir que también me enamoré de Son Goku y posteriormente de otro protagonistas de Dragon Ball. Había una chica en mi clase, en primaria, ella era muy inteligente y eso por aquel entonces se demostraba con la nota de los exámenes, se llamaba Ana B. y me consta que ella también estaba enamorada del mismo dibujo animado que yo, ese hecho me hacía sentir menos petarda. Es curiosa la manera que tenía el amor de hacerme sentir viva desde la infancia hasta la adolescencia. Me he enamorado de innumerables protagonistas de innumerables novelas. ¿Debemos idealizar el amor hasta darle la forma que deseamos y no darnos por vencidos hasta encontrarlo, o por el contrario deberíamos aceptar al amor aunque venga en forma de pezuñas de cerdo?

Silvia Serra

martes, 10 de agosto de 2010

LA SEÑORA CLEMENCIA BUENDÍA Y LA CARTA DE AMOR


La señora Clemencia Buendía vivía en una isla del mediterráneo. En una pequeña casa roja junto al mar. Aquella mañana, la señora Buendía se despertó antes que de costumbre, no usaba despertador porque su instinto casi nunca fallaba. A las ocho en punto, la Señora Clemencia Buendía abría los ojos. Sus pestañas a menudo se pegaban unas con otras, debido al rimel, que nunca recordaba quitarse la noche anterior. Tenía que rodar sobre sí misma, para poder levantar su pesado cuerpo de la cama. La señora Clemencia Buendía nunca había pensado en perder peso, a pesar de que su mejor amiga, Clotilde Hermosilla, la hostigaba para que probara todo tipo de dietas.
Pero lo cierto es, que ella odiaba las ensaladas y las verduras. Es por ello que su frigorífico se encontraba siempre bien abastecido de hamburguesas, bizcochos de chocolate, jugosos filetes, croquetas de pollo, y un sinfín de otros alimentos que contribuían, a que cada día fuera un poco más grande. A Clemencia Buendía le gustaba ser grande. El día en que se quedó sola, se sintió tan pequeña e insignificante, que empezó a comer de todo lo que le gustaba a todas horas. El ser más grande la había ayudado a llenar aquel vacío. Ella a menudo recordaba tiempos lejanos en los que en su casa reinaba el sonido de las risas de sus hermanas, las canciones de Gardel en la radio y que su madre cantaba mientras limpiaba y guisaba. Cuando su padre regresaba de faenar, la casita también recogía el olor a pescado que traía consigo. Es por ello que no sería extraño encontrar a la Señora Clemencia Buendía desayunando un entrecot a la pimienta frente al mar, en el jardín trasero de su casita roja, con la única compañía de las gaviotas y las olas llegando a la blanca orilla..
Aquella mañana, después de un copioso desayuno compuesto de huevos fritos con beicon y mousse de limón, la señora Buendía se plantó frente al espejo del lavabo. Nadie sabía la edad exacta de Clemencia Buendía, aunque su mejor amiga, Clotilde Hermosilla, y la que hacía más tiempo que la conocía, era la que más se acercaba, en sus cálculos o suposiciones, a la cifra exacta.
Luego de repasar una a una sus arrugas, y comprobar que no había ninguna nueva, la señora Clemencia Buendía decidió que no era necesario retirar el maquillaje del día anterior, puesto que este se encontraba en bastante buen estado. Así que después de añadir rimel a las acartonadas pestañas, aplicar generosamente una nueva mano de colorete en sus mejillas y sombra de ojos azul en sus párpados, se sintió satisfecha con la imagen en el espejo.
Aquel era el primer día de verano de 1975, el sol brillaba y el mar estaba más azul que nunca. Este acontecimiento se tenía que celebrar con un bonito atuendo.
La señora Clemencia Buendía abrió la puerta de su casa luciendo un vestido verde a topos blancos, y unos perfectos zapatos de tacón rojos, en el preciso momento en que el cartero desmontaba su bicicleta y agitaba, a modo de saludo, una mano llena de cartas.
Había una carta para ella. Un sobre azul, no muy grande, llevaba escrito su nombre con una letra firme y elegante, sin remitente. La abrió allí mismo, en la entrada de su casa, pero tras leer la primera línea, se detuvo de inmediato, tomó aire, y sin cerrar la puerta, se dirigió al sofá, que antaño solía convertirse en cama, y en el que ella y sus dos hermanas solían dormir. Volvió a abrir el papel, azul como el sobre, y releyó la primera línea.

Estimada señora Clemencia Buendía,

Hoy, después de muchos años, he reunido el valor suficiente para decirle que la amo. No es este un amor pasajero, puesto que desde el primer día que la vi, mi corazón no ha vuelto a latir con normalidad. Usted me recuerda al mar. Bello cuando está en calma, y bello cuando se enfada. Hermoso y alegre bajo el sol del verano, y perfecto y lejano bajo las nubes en invierno.
Yo amo el mundo porque usted está en él. Despierto cada mañana preguntándome si la veré, si nuestros caminos se encontrarán. Pensar en usted me hace el hombre más feliz del mundo.
No le pido que me ame, sólo deseo que sepa, que cerca de usted hay alguien que se despierta queriéndola con todo el corazón, y que en las noches, tras contemplar el sol ponerse, la ama más todavía.

Siempre suyo.


La carta no iba firmada. La señora Clemencia Buendía permaneció estupefacta, contemplando las margaritas dibujadas en la funda que cubría el sofá y que ella misma había tejido. Aquel era su oficio, tejer bonitos mantos, colchas, fundas y tapices que los turistas de la isla compraban para decorar sus hogares en países lejanos.
Primero sonrió tímidamente, luego rió a carcajadas hasta que las lágrimas le saltaron de los ojos, sorteando la barrera de rimel, y mezclándose con la gruesa capa de maquillaje.
La primera en saberlo, fue sin duda su mejor amiga Clotilde Hermosilla. Esta no podía dar crédito a lo que leía en aquel papel azul. Pero no había duda, ¡su buena amiga Clemencia Buendía tenía un admirador! El matasellos era de la isla y todo indicaba que el autor de la carta en cuestión, también.
La señora Buendía había estado casada una vez. El afortunado fue un hombre de la Gran Bretaña, que vino a la isla por vacaciones, y que no hablaba ni una palabra de español. Su nombre era George Muppet. Nunca antes se unió una pareja más inverosímil que el señor Muppet y la señora Buendía. Él era mayor que ella en edad, pero a lo que estatura se refiere, no se necesitaba ser muy alto para sacarle un par de cabezas al buen inglés. El amor a primera vista no se produjo en ningún momento, y la pasión desenfrenada, típica en los recién casados, nunca estuvo presente entre la señora Buendía y su esposo. La piel del señor Muppet era tan blanca que a veces parecía traslúcida, y su cuerpo enjuto estaba coronado por una cabeza rosada, desprovista de cualquier atisbo de pelo, pero bien surtida por un par de orejas de soplillo. Él era un hombre callado y serio. En la isla corría el rumor de que en su país lo buscaban por desertor, o que talvez fuera un espía del gobierno británico. La unión se mantuvo más de veinte años. Exactamente veinte años más de lo que Clotilde Hermosilla había apostado consigo misma que aquel matrimonio duraría. La señora Clemencia Buendía siempre decía que si su matrimonio había durado tanto, era porque el señor Muppet y ella no se entendían en absoluto. Y es que hay que decir, que el señor Muppet, después de dos décadas viviendo en la isla, no hablaba más de cuatro palabras en español. Un día, ante la mirada perpleja de su esposa, el señor George Muppet se hizo a la mar, por primera vez en veinte años. Pidió a unos pescadores, mediante señas, si podía acompañarlos y estos no pusieron objeción. Los pescadores cuentan, tras faenar con ellos dos meses, y sin previo aviso, el inglés se tiró por la borda luego de farfullar al viento unas palabras en su idioma. El mar estaba embravecido aquella noche, perdieron de vista al señor Muppet de inmediato. Cuentan que el mar se lo tragó. Fuera como fuere, la señora Buendía nunca volvió a ver a su marido, al poco se le dio por muerto. Y fue así, como la Señora Buendía pasó a ser la viuda del señor Muppet. Puesto que nunca habían tenido hijos, la casa roja ahora sólo la tenía a ella.
Clotilde Hermosilla preparaba café, mientras su buena amiga repasaba la carta una y otra vez, sentada en la mecedora sin parar de reír. No es que la señora Clemencia Buendía nunca hubiera estado enamorada, porque sí lo había estado. El suyo había sido un amor imposible. La primera vez que le vio, ella no era más que una niña mientras que él ya había rodado su primera película en el cine. Leopoldo Hoyuelo era el hombre más guapo de la isla, y ya puestos, del mundo entero. Sus cabellos rubios al viento y su piel morena, eran sólo algunos de los detalles que la señora Clemencia Buendía recordaría cada día de su vida. Y es que Leopoldo Hoyuelo, había sido sin duda, su único y gran amor. Cuando Clotilde Hermosilla entró en el salón con dos tazas de café en la mano, su amiga se había esfumado.
La señora Clemencia Buendía bajó del autobús, caminó por aquel sendero pedregoso del que ya casi se había olvidado. Siendo ella muy joven, sus zapatos de charol negros de los domingos, habían recorrido aquella ruta. También con un sobre azul en la mano, cuyo interior contenía un papel azul en el que había escrito las más bellas palabras de amor. Nunca recibió respuesta. Nunca hasta ahora.
La mano le temblaba cuando llamó a la puerta de la casa, la misma puerta, por debajo de la cual deslizó aquella carta de amor muchos años antes. Un joven menudo y con bigote negro abrió. La señora Clemencia Buendía no reconoció en él ningún rasgo parecido con Leopoldo Hoyuelo. Después de hablar brevemente con el joven, este le explicó que la familia Hoyuelo ya no vivía allí, y que según tenía entendido, Leopoldo Hoyuelo vivía ahora en un de lugar de retiro, aunque desconocía el nombre de dicha institución y si esta se encontraba en la isla.

Era mediodía y hacía un sol de justicia, cuando la señora Buendía entró, casi sin aliento, en la oficina de correos y preguntó si podía hablar con Fermín, el cartero. Gustavo, el funcionario de correos y telégrafos, que la atendió, tuvo a bien de informarla que Fermín no acababa su ronda hasta dentro de media hora. La señora Buendía tomó asiento, y sacando un abanico de su bolso, decidió esperar allí mismo a que este llegara. Media hora en punto más tarde, Fermín entraba por la puerta. Cuando la señora Clemencia Buendía le preguntó por la dirección a la que llevaba las cartas al señor Leopoldo Hoyuelo, Fermín frunció el ceño, se rascó la cabeza canosa y arqueó las cejas, intentando recordar aquel nombre.
Leopoldo Hoyuelo despuntó en el cine a temprana edad, sus dos primeras películas fueron sencillamente maravillosas, él era el galán protagonista y su actuación fue simplemente estelar. Su tercera película, en cambio, tuvo muy malas críticas, y a partir de entonces, fue relegado a papeles secundarios en películas malas, y el mundo se olvidó de él. Aunque en el corazón de la señora Clemencia Buendía, su recuerdo se mantenía vivo. Ella pensaba en él a diario, montado en su motocicleta, traída de la capital, con las chicas de la isla revoloteando a su alrededor. Cuántas cartas cómo la suya habría recibido él a lo largo de su vida. Miles probablemente. Miles de jovencitas prometiéndole amor eterno en sus perfumadas misivas. Pero las promesas de amor, se evaporan a menudo, como la fragancia del perfume que las acompaña.
Talvez el motivo por el que la Señora Clemencia Buendía se casó con un hombre como George Muppet, fue la certeza de que él nunca la haría olvidarse de Leopoldo Hoyuelo.
Fermín de pronto recordó. Le dijo a la señora Buendía que el señor Hoyuelo ya apenas recibía carta alguna, y que desde hacía años estaba en un lugar de la isla llamado Verdes Prados, que el autobús número siete la llevaría directa hasta allí. La señora Clemencia Buendía agradeció a Fermín la información, luego de pensar qué estúpido nombre le habían puesto a ese lugar. Verdes Prados. ¿Y de qué color son los prados si no, rojos?
De ella, se podían contar muchas cosas, como el desaguisado que cometió con sus cejas siendo joven, y que le valió una eterna soltería, pero si algo no tenía Clotilde Hermosilla, era ni un pelo de tonta, al igual que ni un pelo le quedaba ya en las cejas.
Cuando la señora Clemencia Buendía salió de la oficina de correos y telégrafos, su mejor amiga la esperaba con los brazos en jarras. Después de plantarla de aquella manera, Clotilde Hermosilla había seguido la pista de su amiga cual investigador privado. Estaba en su derecho, por la amistad que las unía, de estar al corriente sobre todo lo concerniente al misterioso admirador. Clemencia Buendía, jamás hubiera permitido que su amiga le acompañara de no haber sido por los sabrosos bocadillos que había traído con ella. Durante el trayecto en autobús, la señora Buendía acalló sus nervios engullendo aquellos ricos emparedados.

Lo primero que pensó la señora Clemencia Buendía fue que aquel sitio tenía un olor muy desagradable, un olor desconocido para ella, pero le revolvió lo más hondo de su saciado estómago. Después de hablar con la enfermera jefe, y rellenar dos formularios interminables, la señora Clemencia Buendía fue guiada por otra enfermera, hasta la habitación que ocupaba Leopoldo Hoyuelo. Mientras caminaban a través de un laberinto de largos y blancos pasillos, la señora Buendía dio un traspié, cayendo al suelo de espaldas cuan larga y ancha era. Se necesitaron cinco enfermeras para levantar su fornido cuerpo del embaldosado.
Lo encontró encogido en un sillón gastado, mirando por la ventana. Sus cabellos rubios se habían vuelto blancos, su piel morena de antaño era ahora amarilla y su rostro sonriente y hermoso, estaba apagado y macilento. La señora Clemencia Buendía le saludó con un susurro, por miedo a despertarlo abruptamente de su letargo. Pero sus ojos grises la miraron y ella sintió que las piernas le fallaban. La enfermera se despidió diciendo que volvería en media hora. Él le tendió una mano huesuda y trémula, cual hoja de otoño, y ella la cogió entre las suyas como si de un pajarillo herido se tratara. A un lado del sillón, la señora Buendía vio la bolsa amarilla y no pudo reprimir las lágrimas. Leopoldo Hoyuelo apenas podía valerse por si mismo, era un anciano que esperaba pacientemente a que la muerte viniera a llevárselo.
La señora Clemencia Buendía, después de abandonar la carta azul en los confines de su alma, se arrodillo a los pies del anciano actor, puso la cabeza en su regazo, y rompió a llorar.
Cuando Clotilde Hermosilla vio reaparecer a su amiga en el vestíbulo de aquel horrible lugar, con la cara llena de churretes negros, su olfato suspicaz supo de inmediato que esta tramaba algo. Nunca nadie había visto a la señora Clemencia Buendía levantar la voz, discutir o pelearse con alguien. Pero aquella tarde del primer día de verano, su gran amiga hizo uso de esos kilos acumulados y de los bocadillos de mortadela sobrantes, para derribar a cuantas enfermeras se le pusieron delante, luchó como una fiera e incluso amenazó con sacarse uno de sus zapatos de tacón de aguja. Al no tener Leopoldo Hoyuelo familia alguna, nadie, a parte de las enfermeras, podía oponerse a la voluntad de la señora Clemencia Buendía, y ya se encargó esta de mantenerlas a raya.
Se cumplían más de cuarenta años desde el día en que aquella niña espiaba agazapada entre las estanterías del colmado, en el que solía comprar golosinas y helados, a aquel actor famoso, y el hombre más guapo del mundo. Él la sorprendió y sonriente acarició sus oscuros cabellos, diciéndole que sin duda era la jovencita más linda de la isla. Aquella fue la única vez que los caminos que ella y Leopoldo Hoyuelo se encontraron, pero aquel fue el día en que la señora Buendía fue esencialmente feliz para siempre. Ahora ella le mesaba los cabellos blancos y él, sin saber que aquella mujer le había amado durante toda una vida, contemplaba los maravillosos días de verano en compañía de una señora llamada Clemencia Buendía.


FIN

Silvia Serra

martes, 3 de agosto de 2010

LA MENTIRA


La mentira, Pecado Capital según he podido saber. Tiene las patas muy cortas según he podido comprobar. La mentira es un sabueso que se esconde en la oscuridad, allá en una esquina esperando una señal. Cuando esta aparece, la bestia abre sus ojos, brillantes y rojos y saca sus garras. Esta te llama... su voz sibilina susurra: Deja que te acompañe, conmigo todo irá bien. Con estas palabras el sabueso empieza el cortejo del cualquier alma ignorante y cobarde. El cortejo sigue: Yo te protegeré...seré tu mejor aliado...juntos caminaremos por las sombras. Es entonces cuando la bestia empieza a devorar la mano que lo alimenta, primero acaba con la voluntad y no descansa hasta que logra dar con el discernimiento, la muerte de este último es la tortura más angustiosa que nadie pueda imaginar. Una vez conseguido este propósito, la mentira empieza a matar. Sus garras se posan en miembros sanos y puros, se posan en los brazos del amor, en las alas de la amistad y en las piernas de la fe y los amputa chapuceramente. Sólo hay uno que prevalece. El perdón. Este es inalienable, su ataque es pasivo, pero a pesar de ello la bestia le teme, el perdón purifica, el perdón anula todo acto de mala fe cometido. La Mentira es cobarde y carroñera desde sus inicios, el perdón borra toda su esencia.

Yo veo a la bestia, que se cree invisible entre otras destrezas. La huelo y la oigo arrastrarse, bate sus alas negras, con sus garras afiladas que lo arañan todo a su paso. Aprieto los dientes, siento hervir la sangre en mis sienes. Mi corazón se desboca y mi respiración se torna salvaje. Sus ojos rojos me hieren, mi bestia sale de su rincón. La ira. Es ella quien acude a mi llamada.La espuma espesa emana de sus boca de dientes afilados. Siento vergüenza. La ira quema como el fuego y arrasa con todo a su paso. Mi bestia se abalanza sobre su adversario y la ataca ferozmente hasta verlo reducida a despojos. La figura de un cuervo maltrecho es lo único que queda de la mentira. Mi guardián se aparta victorioso y el animalejo vencido emprende un vuelo renqueante. No me siento orgullosa, ¿ante qué mal sucumbo yo?

A veces busco el perdón, como guardián que mire a tu aliado cobarde con compasión, y lo derrote de una vez por todas. No alimentes más a tu bestia. Yo estoy urdiendo un plan para asesinar a la mía.

jueves, 15 de julio de 2010

LA TERAPIA: SEGUNDO DIA



LA TERAPIA: SEGUNDO DIA

Estos últimos días los he pasado en cama con fiebre, he tenido mucho tiempo para pensar y lo cierto es que terribles ideas han asaltado mi cabeza. Una visión tan triste como cierta sobre la vida de cada uno de los seres vivos que habitan en este planeta me martillea el cerebro. La verdad, la única verdad que nos une es la certeza de que nuestra existencia, por muchos años que uno disfrute de la suya, siempre es corta y nadie, absolutamente nadie, va a salir de esta con vida. Este es un mundo de condenados. Todos estamos condenados. ¡Qué triste! Creo que aún tengo fiebre, espero no contagiarle.
¿Es posible que un catarro, por muy gordo que sea, trastorne mi capacidad para pensar de un modo normal?
Me siento como aquella vez que siendo niño me encontraba en una acampada al mas puro estilo Boy Scout. Yo dormía apaciblemente en una tienda de campaña con otros tres compañeros. El caso es que me desperté en medio de la noche con unos retortijones espantosos, mi estómago hervía como un volcán a punto de entrar en erupción. Salí de la tienda de campaña doblado en dos. Fuera estaba oscuro, silencioso, sólo se oía el rugir de mi estómago. A medio camino hacia alguna parte me percaté de que me había olvidado las gafas en la tienda, junto al arrebujo de ropa que constituía mi almohada. Pensé en volver a buscarlas, porque ya a aquella edad yo era muy miope, pero mi ano, viéndose solo ante el peligro, me dijo que no podría retener la avalancha por mucho más tiempo. Corrí unos metros sin tener la más mínima idea de adonde me dirigía, cuando mis piernas avanzaron al resto de mi cuerpo supe que era el momento. Me bajé los pantalones del pijama y el resto ya se lo puede imaginar. Me costó más de media hora encontrar mi tienda de campaña. Todos dormían, nadie se había enterado de nada. Sería mi secreto.

A la mañana siguiente, los pájaros cantaban, el cielo era azul y el sol brillaba, todo olía a naturaleza. Todo menos yo, que despedía un tufillo más bien desagradable y muy familiar. Inspeccioné mi pijama, y allí estaba, Iron Man cubierto de caca. Pero la cosa no acababa allí, llegó a mis oídos la noticia de que todos mis compañeros se habían congregado alrededor de lo que debía de ser un descubrimiento botánico-zoológico revelador. Así lo pensé hasta que después de limpiarme (doy gracias a mi madre por aquel exceso de pañuelos que siempre me hacía llevar a todas partes), cambiarme el pijama por ropa limpia de Boy Scout que no defeca en medio de bosques oscuros, oí la voz de uno de los monitores que decía: ¿Se puede saber quién ha podido tener la poca vergüenza de hacer algo así?

Matt era un muchachito pequeño, enclenque, empollón y sabihondo de los que tapan su examen incluso antes de empezar a escribir para que nadie les copie, con gafas enormes y vestimenta siempre pulcramente almidonada, de esos a los que te dan ganas de pegar sin ningún motivo a la hora del recreo, de esos muchachos que si se encuentran una defecación sospechosa y del tamaño de una isla frente a su tienda de campaña, no pasará de largo como otros harían. No, Matt no era así. Matt era el tipo de niño retorcido que llamaría a todo el mundo para que ellos también compartieran tan alucinante descubrimiento. Momento Boy Scout.

Entienda que aquella fue una de las vivencias más humillante y vergonzosa de toda mi infancia. Bueno, yo tendría unos catorce años... ¿se considera aún infancia, o los catorce ya forman parte de la pubertad?
Lo que intento expresar es que últimamente me siento tan perdido y tan ansioso como aquella noche en el bosque, es una angustia a la que no me se sobreponer. Y estas horribles ideas sobre la vida y la muerte no ayudan.

Lo peor de todo es que sé muy bien porqué me he puesto enfermo, no se trata de una corriente de aire, ni de noches de fiesta en una piscina con un par de gemelas tetudas. Me explico; hace seis días mi coche sufrió una avería y tuve que coger el tren para ir al despacho. Llegaba tarde, puesto que me había entretenido en el taller mecánico dando parte de la avería y viendo los pósteres de chicas desnudas que colgaban de la pared. Corrí hacía el tren, tenía una reunión a las diez a la que no podía faltar. Estaba a punto de llegar al andén cuando una anciana con un bastón me pidió que la guiara hasta el tren. Me suplicó que caminara despacio ¡porque era CIEGA! La cogí amablemente por el codo como solía hacer con mi madre antes de que se quedara postrada en una silla de ruedas. Pacientemente la llevé hasta el andén, de pronto vi que mi tren se aproximaba. La anciana me preguntó si estábamos en el andén número cuatro. Efectivamente, no, no estábamos en el andén cuatro, estábamos en el seis y mi tren salía desde el andén número seis. No podía perder aquel tren de ninguna manera y aquella anciana se me había aferrado al brazo y no tenía intención de dejarme marchar. La subí a mi tren y le busqué un buen sitio para sentarla. Lo ojos de pez de la anciana miraban al infinito y sonreían reposados, como si fuesen testigo del más maravilloso de los paisajes. Tardé dos minutos en llegar hasta el otro extremo del tren, donde aquella ancianita invidente no podría encontrarme. Pero sí me encontró. Pero de un modo u otro lo hizo porque la fiebre empezó aquella misma tarde y desde entonces no le encuentro sentido a la vida.

¿Qué puedo hacer? No puedo contarle esto a nadie. Si no fuera porque le pago y existe la ley de confidencialidad entre paciente y médico, tampoco a usted se lo contaría. Me avergüenzo de mí mismo.
Si mi madre supiera lo que hice, se levantaría de la silla de ruedas para abofetearme y me diría: Nunca hubiera imaginado que un hijo mío fuera capaz de cagarse delante de la tienda de campaña del pobre Matt Petersen. Pobre muchacho, nunca volvió a ser el mismo desde entonces, después de aquel verano el chico se trastornó y empezó a pasearse en cueros por la urbanización con aquel radiocasete colgado al hombro, y la música de los Beach Boys a todo gas. Recuerda que Matt Petersen está aun recluido en un sanatorio y que por aquí nadie recuerda Surfin’ USA con cariño. ¡Todo por culpa de tu caca!

Bien, no ponga esa cara por Dios, me lo acabo de inventar, aún disfruto fantaseando con el sufrimiento de ese pobre muchacho. Lo veo en el suelo del patio del colegio, con las gafas rotas y su bocadillo de mortadela desperdigado por el patio arenoso. Lo cierto es que Matt Petersen creció, creció más que todos nosotros y ahora anuncia calzoncillos Calvin Klein.

Doc, ¿puedo llamarle Doc? Bien, gracias. Escuche Doc, estoy perdido. Tengo que encontrar a esa anciana y disculparme. Llevarla al parque, ser el nieto que nunca tuvo. Tengo que encontrarla y decirle cuánto lo siento. Tengo que invitarla a un té con pastas, o aún mejor, la invitaré a comer. Si me pide que la acompañe hasta el tren cada día lo haré gustoso e incluso la abasteceré con un rico desayuno. Haré lo que sea para enmendar el acto cruel que cometí contra aquella anciana invidente.

Me pregunto, y lo hago muy a menudo, si todo el mundo tiene tantas cosas que ocultar como yo. ¿Puedo ir a la cárcel por lo que he hecho?
El caso es que ya no puedo ni rebelarme contra la loca de mi vecina. Sin ir más lejos, antes de ayer me encontraba sumido en la penumbra de mi apartamento, bañado en un pestilente sudor frío, sintiendo como mi mundo se venía abajo, cuando la retrasada llamó a mi puerta o, mejor dicho, aporreó mi puerta. Como sé cuánto le cuesta desistir de sus empeños, me arrastré por el piso hasta llegar a la puerta. La abrí, fui amable con ella, que me traía un pastel. Es cierto que aún no puedo mirarla a la cara sin evocar ciertas imágenes que me provocan arcadas. Cogí el pastel o tarta, o lo que quiera que fuera, le di las GRACIAS y cerré la puerta. ¿Comérmelo? No. Acabó en el cubo de la basura. Soy incapaz de comerme algo cocinado con las manos de esa tarada. Pero creo que he progresado, he tirado el pastel, o tarta, o suflé, o lo que fuera, (es que no logré identificarlo a pesar de encender la luz para poder verlo), en mi cubo de basura, en lugar de esperar a que la autora de aquella aberración culinaria, se metiera orgullosa en su apartamento y entonces aplastarlo contra su puerta.

¿Sabe lo más gracioso Doc? Lo más gracioso de todo es que no deseo sentirme bien hasta encontrar a esa anciana ciega y hacer lo que un hombre debe hacer.

domingo, 27 de junio de 2010

De S para S:


Descansas a mi lado, te oigo respirar... me gustaría acercarme a tu cuello y olerte. Deseo que me mires como si me vieras por primera vez, como haces a veces. Tal vez me ofusca no saber qué puedo darte. Un corazón que no conoce felicidad sin antes degustar la tristeza, porque debe conocer la segunda para apreciar más la primera. A veces te veo conmigo, el lugares en los que he estado... lejos de aquí, lejos de todo. Extiendo mi brazo, levanto el dedo índice y apunto a un lugar muy concreto... poco más que una mancha en el horizonte. “ ya llegamos, espera y verás”, y me emociona saber que vas a conocer algo más de mi, y seré un poco más tuya y tú serás un poco más mío, aunque en el fondo sepamos que literalmente nada nos pertenece, que todo aquí es prestado. A veces te veo, sentado en algún lugar, un sitio completamente ajeno a ti y a tú mundo... esa visión me hace feliz. Aun no se explicar porqué. Escucho tu respiración... tan pausada. Una noche puse mi rostro frente al tuyo mientras dormías. Respiré tu aire. Luego me dormí,. Aunque tal vez me maree y perdí el conocimiento, ¡quién sabe! El caso es que necesito saber que no tengo las manos vacías. Me gusta tu sencillez, un rasgo en vías de extinción para la mayoría. Tu y yo. S&S. Primero rugimos como fieras pero pronto se nos enrojecen los ojos... los tuyos son entonces realmente bellos. Siento que las rodillas me tiemblan y me juro a mi misma que nunca antes he podido quererte tanto como en ese momento. Pero me juro a mi misma eso mismo muchas veces al día. Empieza de buena mañana cuando me despiertas con un beso antes de irte y me dices esas palabras al oído. Y pienso: ¡Juraría que nunca antes le he querido tanto!
Desearía poder darte más que mis pinturas y mi puñado de fotografías, algo más que mis libros y mis teorías sobre el ser o no ser. Dime qué puedo darte, buscaré en mi saco de tela a ver si tengo, si no es así lo crearé para ti. Sólo deseo saber que hay un lugar para los que aun no sabemos todo lo que hay en nuestro interior.
Se me cierran los ojos... son las 2.50 a.m. Me acompañan tu respiración y el sonido de las teclas. El rugido de una moto se pierde en la lejanía... el tic tac del reloj... Buenas noches mi amor.

De S Para S.

miércoles, 16 de junio de 2010

COGE MI MANO-Capitulo1


Habían encendido las luces en las calles cuando entró en el barrio. Aquellas luces anaranjadas lo bañaban todo con melancolía. Siempre había pensado que nada bueno podía ocurrir bajo aquellas luces. Las calles estaban vacías a excepción de un escuálido perro que rondaba en busca de comida. Las botellas de cristal tintineaban dentro de la mochila. Era un repiqueteo burlón que decía: Le traes su muerte en tu mochila. El viejo te lo agradece. Le traes la muerte disfrazada de ayuda.
Le vio sentado en un banco que no era el de costumbre, que estaba ocupado por un hombre robusto de rostro sonrosado que dormía la mona plácidamente. Se acercó al anciano a paso lento, después de todo, no había prisa. Se sentó junto a él. El viejo se giró para mirarle, pero no lo hizo.
-Ha hecho un buen día hoy, sí señor-. Anunció con voz rasposa. Le costaba hablar.
-¿Qué te ha ocurrido en la boca?
- Unos gamberros hace unos días, nada de importancia, me saltaron unos dientes pero como esos ya estaban hechos polvo, casi me hicieron un favor…-. Relató el viejo mostrando una triste y desdentada sonrisa.
-Lo siento-. Dijo apretando los puños contra sus piernas. El viejo sacó del bolsillo del pantalón, una bolsita de plástico con restos de pan. Las palomas acudieron al reclamo.
- Me llevaron al hospital, allí me ducharon y todo. Me dieron de comer, sopa caliente y una tortilla a la francesa riquísima, también me querían dar ropa nueva pero la mía aun me aguantará toda la primavera. Se portaron bien los del hospital. No hay nada que sentir ¡salí como nuevo!
Miraron a las palomas comer y estas llenaron la plaza con sus arrullos. El anciano las miraba con cariño, después de todo él era una paloma más.
- He perdido mi trabajo hoy. Me han despedido. Recorte de personal.
- Pues ahí van dos favores esta semana. Siempre he pensado que vales demasiado para malgastar tu vida en una fábrica. Esto es algo bueno, ahora has de buscar tu camino.
- Me voy a ir, me voy a ir lejos-. El anciano le miró fijamente y posó sus manos huesudas y temblorosas en el rostro que tenía ante sí.
- Nada me haría más feliz que verte partir bien lejos. Tú perteneces a un lugar mejor, aquí hay mucha amargura. Si no te marchas te convertirás en una de esas sombras que, resentidas por las frustraciones de no haber cumplido sus sueños, vagan grises y perdidas en un mundo al que no quieren. Yo soy uno de ellos, se de lo que hablo. Hazme caso, lárgate lo más lejos que puedas de aquí-. El viejo arrugó la bolsa de plástico, ahora vacía, y volvió a meterla en el bolsillo.
- Quiero llevarte conmigo.
- Cuando al fin decides volar libre vas te llevas a un muerto como yo…, no gracias, yo soy viejo, estoy enfermo. Volarás más alto si no cargas conmigo-. El anciano tenía los ojos húmedos y la voz se le quebró.
- Vendré a por ti y si no te encuentro yo tampoco me iré.
- ¿Por qué me haces esto? ¿No te das cuenta de en qué me he convertido? Mírame, soy un despojo. Un vagabundo alcohólico…eso es lo que soy ahora. Tú me idealizas, retienes esa imagen distorsionada de mí y te aferras a ella.
- El otro día entre en una librería del centro, un grupo de estudiantes compraban tu libro. Aun existes, no sólo para mí, existes para muchos.
- Soy un vagabundo que te espera aquí cada jueves por lo que llevas en la mochila, ese soy yo ahora-. Respondió el anciano con desdén. Luego posó la mirada sobre la única paloma que quedaba en la plaza.- Soy como las palomas.
- Me llevabas a la playa y paseábamos por la orilla juntos de la mano. Luego tú te sentabas a escribir y yo jugaba con la arena. Los días más felices de mi vida me los has dado tú. Eres mi padre.

Regresó a  casa con la cabeza baja y dando una vuelta. Sentía la mochila que colgaba ahora vacía en su espalda. Apretó los puños al entrar en el portal. Había subido hasta el cuarto piso cuando se sentó en uno de los peldaños de las escaleras, abrazó la mochila como si esta estuviera viva y dejó la mirada perdida en la oscuridad.

Silvia Serra

martes, 8 de junio de 2010

El Manantial


El problema básico del mundo moderno, es la falacia intelectual de considerar que la libertad y la coerción son opuestos. Para resolver los gigantescos problemas que agitan el mundo de hoy, debemos esclarecer nuestra confusión mental. Debemos adquirir una perspectiva filosófica. En esencia, libertad y coerción son la misma cosa. Les daré un ejemplo: los semáforos restringen su libertad de cruzar la calle cuando lo desean. Pero esa restricción les da la libertad de no ser atropellados por un camión. Si se les diera un trabajo y se les prohibiera abandonarlo, se restringiría la libertad de sus carreras, pero se les daría la libertad de no temer al desempleo. Siempre que se impone una nueva coerción sobre nosotros, automáticamente ganamos una nueva libertad. Las dos son inseparables. Sólo aceptando la coerción total podemos conseguir nuestra libertad total.

domingo, 2 de mayo de 2010

LA TERAPIA ( Primer día)


LA TERAPIA: PRIMER DIA


El caso es que odio la música de los tiovivos. Supongo que es porque fue en uno de esos cacharros donde se cargaron a mi padre de un disparo. Yo estaba con él, pero no recuerdo nada, creo que mi mente hizo eso que ustedes llaman Mecanismo de Autodefensa o algo parecido. Lo borró todo de mi cabeza. Me molesta no poder recordar tan importante suceso. No sé mucho sobre Hipnosis pero a veces pienso en ello como una solución, he leído un poco de Freud, y la subnormal de mi vecina que siempre esta haciendo yoga, meditando y viajando astralmente para espiar a las estrellas de cine, me ha explicado un par de cosas. No deje que el término subnormal le confunda, mi vecina es una buena persona, lo que pasa es que pasó por una infancia demasiado normal, lo típico: Padre alcohólico llega a casa y azota a madre de diecisiete años hasta que se cansa, sólo porque la noche en que la preñó estaba tan borracho que no se dio cuenta de que era negra, y cuando se dispuso a darse a la fuga, fue sorprendido por un papá muy negro y muy cabreado, que amenazó con romperle el espinazo si no se hacía cargo de su hija y de su barriga.

Lo cierto es que no tengo ni idea de la infancia de la loca de mi vecina y tampoco me importa. Sólo quiero que deje de patear mi puerta cada vez que tiene una de sus visiones. Como aquella vez que llamó a las cuatro de la madrugada para decirme que Bono y Ted Bundy intercambiaban sus almas. Respondí que me parecía genial y le cerré la puerta en los morros, porque tenía compañía aquella noche y la loca negra de mi vecina me había interrumpido. Con lo que al sexo se refiere no tengo demasiadas manías pero si he de escoger, me gusta hacerlo con música suave y las luces atenuadas. Qué le vamos a hacer, soy un romántico.
No tengo pareja formal desde hace un año, desde Anne. Ella era una chica estupenda, en serio, creí que sería para siempre, pero eso es lo que todo el mundo piensa cuando está enamorado, y yo lo estaba. Estaba loco por Anne, de modo que no me sorprendió cuando mi mejor amigo se colgó por ella, porque Anne era genial. Lo que sí me sorprendió fue que Anne se enamorara de Mark (mi mejor amigo), porque ella estaba loca por mí y Mark no estaba mi altura (yo le he visto en las duchas del gimnasio y por eso sé de lo que hablo).

La situación no me cuadraba, y he de admitir que aun sigo sin entenderlo. Ya se han casado y ella está embarazada. Fui el padrino de boda, lo cual demuestra que soy una persona que sabe encajar los golpes duros con madurez y entereza, ¿no le parece a usted? Lo que quiero decir es que no les deseo nada malo, ni que su hijo salga mongolo, ni con dos cabezas. ¡Nada de eso! Lo que quiero es que sean felices, eso da a entender que ya no estoy colgado por Anne, ¿no cree usted? Ahora solo quiero pedirle en anillo que le regalé en nuestro primer aniversario. Es un anillo de diamantes carísimo y quiero venderlo para comprarle a mi madre una silla de ruedas nueva.

Robert, mi otro mejor amigo, porque somos un grupo de cuatro, sin contar a Mark, dice que soy un rastrero por pedirle el anillo a Anne. No creo que sea rastrero querer que mi madre paralítica tenga una silla de ruedas automática, con cambio de marchas y posa vasos. Robert sí que es un rastreo! Sin ir más lejos el sábado pasado fuimos los cuatro, sin contar a Mark, al Club 21, que, no sé si usted frecuenta la vida nocturna, pero este club está muy de moda. Robert se ligó a una rubia explosiva llamada Alberta, y el rastrero estaba muy orgulloso con su cacería porque normalmente nunca que come una rosca. ¿Quiere saber qué hizo? Se la llevó a su apartamento de doscientos m2 y lo filmó todo. El domingo nos citó a los cuatro, sin contar a Mark, nos puso el vídeo de su noche con la rubia Alberta, y como quien pone un vídeo de bricolaje, nos empezó a explicar cuales eran las posturas más placenteras, (yo no sabía que había chicas capaces de doblarse tanto).

Cuando Anne y Mark se unen al grupo la cosa apesta, Anne empieza con sus nauseas y sus antojos de helado de pistacho con trufas, bañado con salsa de tomate y zumo de manzana caliente. De modo que las pasamos negras para satisfacer a la preñada de mi ex, que ahora es la esposa de mi ex mejor amigo. Digo ex mejor amigo porque tener a un padre como mejor amigo me hace sentir viejo y no lo soy, sólo tengo veintisiete años y medio, estoy en la flor de la vida. No me martiriza en absoluto eso de pasar del cuarto de siglo, no tengo ni una arruga y a las chicas de veinte años les atraen los hombres con experiencia. Pongo por ejemplo a Josephine, que es la hija de mi ex pediatra y que ahora vive en el edificio contiguo al mío. Pues bien, Jos tiene veintiún años y está en la facultad de medicina. La conocí una noche mientras cenaba con Paul y su hermana Ronda en un restaurante de lo más chic. De camino al excusado, Ronda, se encontró con su mejor amiga, Josephine, esta había ido a cenar con sus padres los cuales habían empezado a discutir, como siempre. De manera que Ronda, que aunque muy fea es de lo mas servicial, la invitó a cenar con nosotros. Fue hablando con ella como me enteré de que la vieja bruja de mi pediatra era su madre. El hecho es que a Jos le vuelven loca los cuarentones, pero como aun no se atreve con ninguno, se conforma con los de mi edad, dice que somos muy monos. Me encanta Jos.

Hace un mes que me enteré de que la horrenda hermana de Paul es lesbiana. Respiré tranquilo porque una vez me acompañó a casa estando yo muy borracho. Ella, que es abstemia, me metió en la cama y cuando desperté lo hice sólo con los calcetines puestos. Sentí un pánico infinito que luego derivó en feroces pesadillas.
Ahora estoy tranquilo, sólo le van las chicas de manera que sé que no ocurrió nada entre aquella cosa y yo. No es que desprecie a las feas, no lo hago en absoluto, sin ir mas lejos, estuve saliendo con Rose Reves durante tres semanas, dos días y catorce horas más o menos, no llevo bien la cuenta. No exagero ni un ápice cuando le digo que ya en el instituto era la más fea y gorda con diferencia. También valoro mucho la calidad intelectual de las chicas con las que salgo, y adoro la gran personalidad que tienen las feas para disimular que son feas.

Anne era guapa e inteligente al cien por cien, con una encantadora personalidad, pero ha hecho falta que se casara con Mark para darme cuenta de que algo fallaba en ella, creo que si se hubiera casado conmigo, nunca lo hubiera visto. Pero no me mal interprete, aun sigo pensando que Anne es una mujer genial.


Lo peor de todo es que Robert piensa que quiero regalarle el anillo de diamantes a Emma, una chica que conocí en el Club 21 hará cosa de dos meses. Emma y yo nos vemos de vez en cuando, hacemos buen sexo, cocina muy bien, es increíblemente guapa, y tiene seis dedos en el pie derecho. ¿Qué más puedo pedir? Se preguntarán algunos, pero yo, que no conozco la respuesta, solo podría decir que sé que no es ella, ella no es la chica con la que iría a una isla desierta a vivir felices y a comer perdices. No se crea, tampoco me iría con Anne. ¡A estas alturas! El caso es que a Emma no le regalaría ni un anillo de cristal reciclado.
¿Qué sabe usted sobre la hipnosis? No, no, déjelo, creo que no estoy preparado para ver morir a mi padre. Supongo que es por eso por lo que admiro tanto a mi madre. Ella no tuvo elección, daba lo mismo si estaba preparada para ver como le arrebataban a su esposo y padre de su maravilloso hijo de un disparo en el cuello. Pero lo vio, lo vio todo mientras sostenía un bastón de caramelo que tenia pensado darme cuando bajara del tiovivo, y algunos juguetes que mi padre y yo habíamos ganado tirando dardos a una ruleta. No recuerdo nada de lo sucedido. Con el paso de los años he reconstruido ese día en mi mente, juntando las piezas de lo que mi madre me ha ido contando. Y yo no la culpé cuando diez años más tarde del asesinato de mi padre, contrajo matrimonio con un alemán exiliado, ex miembro de las S.S., cojo y con todo el cuerpo lleno de cicatrices debido a las torturas que había recibido como castigo por traicionar a su país.

El alemán se enamoró de mi madre, que aun era muy guapa, se casó con ella y pasó a ser mi segundo padre. Pero no se crea que no siento odio por los alemanes, les odio a todos menos a uno.

Gracias a él hablo bastante bien alemán. Nunca me ha servido de mucho con las mujeres. Siempre me acaban preguntando: ¿Y francés no hablas?

Sin ir mas lejos, la loca de mi vecina tuvo un novio alemán, una mañana me lo crucé en el ascensor, él había pasado la noche con la subnormal e iba a trabajar con una sonrisa post-coito, y el nudo de la corbata tan grueso que parecía el puño de un negro bajo su nuez. La loca se lo habría hecho prometiéndole que estaría guapísimo. El alemán en cuestión no apareció más y me consta que la loca lo esperó, no quiera saber qué pasó en el ascensor.

Recuerdo la única vez que he visto borracha a la idiota de mi vecina negra. Llamó a mi puerta vestida con un diminuto salto de cama transparente y los ojos en blanco. Aquella visión por poco me produce un ataque al corazón, intenté cerrar la puerta y hasta le pillé los dedos. Pero ella se abrió paso a empujones y se dirigió directamente a mi habitación, se tumbó en la cama y me dijo: _ Ayer me acosté con James Dean, hoy, el afortunado eres tú.

Me encerré en el cuarto de baño porque soy incapaz de pegar a una mujer, aunque se trate de la loca de mi vecina.

Ella me decía, a través de la puerta, todas las guarradas que me iba a hacer una vez me tuviera desnudo y atado de pies y manos. Con el desagradable sonido de su voz, (que sonaba como un gato a que le chamuscan la cola), como música de fondo, tomé una larga ducha, me afeité concienzudamente, me cepillé los dientes (con hilo dental incluido), me corté y limé las uñas de los pies y llamé por teléfono a mi restaurante Italiano favorito, encargue Espagueti al pesto y una Cuatro Estaciones (y Mark se mofaba de mi por tener teléfono en el baño). Cuando abrí la puerta la encontré allí plantada, con su cara de retrasada mental y expresión suplicante, apestando a alcohol. Le di un puñetazo en plena cara, mandando al traste mis principios, lo que la hizo caer de espaldas al suelo, con las piernas abiertas y como no levaba bragas el espectáculo fue lamentable.

La llevé a su apartamento y la tiré directamente sobre la cama sin miramientos. Al día siguiente, la pobre no recordaba nada. Pero desde entonces yo no puedo mirarla directamente a la cara, porque siempre que lo hago la veo allí tumbada, con su salto de cama transparente, despatarrada y sin bragas. Me entran nauseas doctor, qué quiere que le diga, uno es sensible. Aunque a pesar de lo ocurrido, continúo pensando que es una buena chica.

Lo que sigue es muy curioso, ¿sabe? Cuando llegó la comida del restaurante, regresé con las bolsas al cuarto de baño, cerré la puerta con cerrojo y comí sentado en la taza del water. Al acabar tiré de la cadena.

domingo, 11 de abril de 2010

MI TIERRA




Qué no daría yo por compartir un pensamiento, un tormento tal vez. Qué no daría yo por compartir una idea, un lamento, comunicar tal vez un sentimiento. El desamor viene casi siempre acompañado por su prima la tristeza y su sobrina, enjuta y cejijunta, la Decepción. Esta última obra contra terceros más que contra uno mismo. Juntos forman un espantoso trío. Qué puede hacerse cuando uno se muestra pero no es visto. Aunque hay algo peor que eso, está el mostrarse pero no despertar el suficiente interés. Posiblemente sea este el momento de partir a tierras más conocidas. Hoy resido en terreno hostil. Un terreno que nada necesita, nada pide, pero nada da. Me pregunto si más allá de mi isla solitaria en la que poco más que el eco de mi voz se oye, habrá una tierra verde en la que estirarme a descansar al fin. ¿Habrá allí un territorio rico y generoso que me acoja o estoy definitiva e irremediablemente sola?

Estoy leyendo El buen Soldado, de Ford Madox Ford. en las primeras páginas el protagonista confiesa: “Me siento solo, terriblemente solo”. Al leerlo pensé en la dureza de esas palabras y en el valor necesario para pronunciarlas.

Hoy miro a mi alrededor, la espesura que rodea mi pequeña y solitaria isla es demasiado oscura y desconocida. De momento me quedo en mi tierra árida que no me cuida porque no sabe amar. Pero quién sabe, con una buena armadura tal vez pronto pueda abandonar estos páramos en busca de una tierra fértil. Miro mi tierra árida, seca e inerte a intento recordar si siempre fue así. Cuando llegué a esta isla el suelo era suave, cálido y me mecía con amor. Creo recordar que un día esta tierra fue así aunque tal vez sólo fuera mi imaginación. Ahora está tan seca y áspera... El sol saldrá mañana implacable y se posará sobre mi piel quemándola, secará mis cabellos y calcinará mi alma... y así un día tras otro.

Vivo de espejismos, ellos me mantienen a flote... me alimentan... mantienen viva una parte de mi ser... pero algo me dice que hay otra parte en algun lugar que muere en silencio. Meto los labios entre las grietas y hablo, hablo sobre mi mundo y mi alma... pero la tierra no escucha, no hay nada en ella para mi.

miércoles, 24 de marzo de 2010

MANUAL DE UN ÁNGEL



Reconociendo a un Ángel (rasgos concretos):

Debemos centrarnos en el olor de su piel, prestando especial atención a su cuello, la zona comprendida entre el lóbulo de la oreja hasta el hombro, ganando siempre intensidad a la mitad del citado recorrido. No se requiere un olfato especial, la piel de un ángel es suave y delicada, pero es su aroma, tierno y cálido el que gana protagonismo y nos facilita el reconocimiento. Si uno posa la nariz en el lugar que aquí se indica y aspira hondo sentirá que ese aroma le inunda llegando hasta lo más profundo de su ser anulando de inmediato todos los perfumes y fragancias que hayamos registrado antes en nuestro cerebro.
El segundo factor que debemos tener en cuenta son sus orejas. Están tiernamente recubiertas por una pelusa blanca, casi imperceptible. Suave como el algodón y que unidas al contacto con nuestros labios te llenan del más puro y genuino de los sentimientos. El amor. Es instantáneo, inmediato.

Nota: Si no desea enamorarse de un ángel, es importante que evite sus orejas y zonas adyacentes.

El tercer rasgo concreto es la risa. La risa de un ángel es un timbre alegre, llano que nos recuerdan a la de un niño por su sinceridad y espontaneidad. Después de escuchar e identificar la risa de un ángel uno siente un bienestar y en ocasiones un sentimiento de puro júbilo. Todo a nuestro alrededor cobra un color nuevo y maravilloso. La risa de un ángel es siempre reconfortante.

Conociendo a un Ángel ( Rasgos generales):

Un ángel, como es bien sabido, es un ser bondadoso por naturaleza. Un ángel tiene la peculiaridad de cometer errores como los mortales, pero detrás de esos errores no habrá nunca ni un ápice de maldad. A veces su inocencia les confiere una cierta torpeza en sus actos, pero siempre con un fondo bondadoso o un instinto de protección feroz. No debe uno ser duro con estos pequeños errores. Por ello se recomienda no amar a un ángel a menos que sea usted una persona con un grado de madurez alto Un ángel carece también de sentimientos o pecados tales como la codicia, la envidia y la ira. Un ángel nace y muere sin capacidad para traicionar y raramente son vengativos.

Es difícil dañar a un ángel aunque es altamente desaconsejable intentarlo puesto que de conseguirlo un ángel tarda mucho en sanar. La mencionada dificultad es debida a su incapacidad casi total para ver la maldad en las personas puesto que es un sentimiento que desconoce por completo.
Castigando o doblegando a uno de estos espíritus, se estará castigando y afligiendo a usted mismo. Si un ángel camina de la mano por la vida con usted, adore cada paso y disfrute cada tramo del viaje. Es muy importante dejar a estas almas existir por lo que son y no forzarlas a cambios y malgastar sus fuerzas. Un ángel es leal hasta el último de sus días, pero es importante cuidarlo como merece. La mera satisfacción de amar a uno de estos seres es recompensa suficiente para llenar nuestras arcas de bienestar y paz.



Amando a un ángel (rasgos subjetivos pero veraces):

Si ha sido usted bendecido por la vida hasta el extremo en que esta le ha traído un ángel a su lecho tiene que ser muy consciente de lo que tenemos entre manos. Amar y ser amado por uno de estos seres es sobrecogedor, brutal y de una naturaleza tan intensa que no hay palabras que los seres humanos hayan podido idear para describir este hecho. Usted no sabrá ni cómo ni porqué pero yacer íntimamente con una de estas almas le catapultará directamente a un nivel desconocido, el éxtasis y el desenfreno se entrelazan con el más puro amor. Sepa que únicamente un ángel se aferra a usted durante el sueño y no le soltará en toda la noche. Tenga en cuenta que amar a un ángel nos incapacita luego para amar a otros seres al mismo nivel, así que debe usted ser prudente antes de dar este paso.

Dañando a un Ángel (métodos para deshacer el daño):

Si usted ha vulnerado a uno de estos seres primero de todo debe asumir su error. Como bien hemos indicado estas almas poseen la bondad más pura que existe. Usted nunca se sentirá culpado por sus actos así que nunca necesitará el perdón de un ángel. Un ángel le amará por sus incontables defectos tanto o más como por sus innumerables virtudes. Es usted quien debe valorar, si sabiendo esto, aun desea corromper a estos seres con sus actos.


Liberando a un Ángel, (crónica de la noche pasada):

Es un error pensar en dar, ofrecer u otorgar algo que nunca se ha poseído. Nunca se puede liberar a un ángel puesto que este nunca dejó de ser libre. Pero si usted ha cometido la soberana estupidez de apartar a un ser de tal magnitud de su vida y desea corregir este hecho, lo único que debe hacer es dejar que este vuelva a usted. No se requiere más esfuerzo que el deseo propio puesto que la lealtad de un ángel es inalterable. Este regresará, cogerá su mano y caminará junto a usted con una bondad sobrecogedora.

Yo así lo espero…

Nota final: Sólo orcos, dragones, brujas, mapaches asesinos y ogros poseen la capacidad de encontrarse con un ángel y NO reconocer su espíritu para posteriormente apartarlos de sus vidas.

Silvia Serra

miércoles, 17 de marzo de 2010

EL FINAL DEL TRAYECTO


-Levántate-. Me dice la voz.
- No puedo- Contesto casi en un susurro.
- Sí puedes, yo te ayudaré, bombearé con furia y juntos nos levantáremos-. Insiste la voz
- No lo entiendes-. Respondo amargamente.- Mírame, no tengo piernas. No tengo brazos. Hasta las entrañas me han arrebatado. Mira, tampoco tengo riñones, ni hígado. Sólo quedas tú, me han dejado sola contigo para que sufra.
- Te prometo apaciguar el dolor, con el tiempo nos curaré y volveremos a tener alas para volar hasta dónde nuestros anhelos nos lleven-. Contesta la voz, que es dulce pero a veces se quiebra. Le falta el aliento.
- Ya no quiero volar. Colmaría tres vidas con el amor entregado. Fuimos uno sólo. Dos se convirtieron en uno. Lo dimos todo. Míranos ahora. Mutilados. Yermos. No quiero pensar, pensar duele, existir duele. No quiero oírte, ojala no te tuviera. Te arrancaría de mi pecho si pudiera. No tengo brazos. Háblame de su corazón. Cuéntame lo que sentiste al tocarlo.
- No-. Responde la voz. Se está marchitando pero ha cumplido su promesa y bombea con una fuerza espartana.
- ¡Hazlo! Recuérdame a qué olía su amor. Dime si su alma se encendía cuando nuestras manos se entrelazaban. ¡Dime a qué sabía el tacto de su mejilla!-. Pido con vehemencia.
- ¡No! Una y mil veces no!
- ¡Te lo suplico!-. Mi grito se transforma en una aullido.
- ¿Sabes lo que supondría acceder a tus deseos? Yo sí lo sé. No dispongo de mucha fuerza. Tengo de administrarla.
- ¿Desde cuando piensas tú juiciosamente? ¿Cuándo has atendido tú a razones? Yo no sé vivir así. Tú crees en la vida sobre todas las cosas mientras que yo, lo único que deseo es dejar de escuchar tu voz.
- Danos tiempo. Pronto sanaremos-. Asegura la voz mientras el bombeo se vuelve tan poderoso que pronto pasa a ser lo único que escuchamos.
- ¡No quiero sanar! ¡Si tan solo tuviera un brazo! ¡Te haría callar para siempre! Pero vuelvo a estar a tu merced, tú me has traído aquí, ¡traidor!
- Lo siento, yo no pienso. Ese es tu trabajo. Yo sólo siento-. Me contesta la voz que ahora arrastra las sílabas con reproche.
- ¿Recuerdas sus lágrimas de amor?
- No.
- Yo recuerdo sus manos cubriendo mis ojos, para luego liberarlos y frente a mi… el océano. ¿Recuerdas ese día?
- No.
- También viene a mi memoria el final de aquellas veladas en los restaurantes, yo tenía que partir y él me imploraba. ¡Recuérdame sus palabras!
- Las he olvidado.
- ¡Mientes! ¡Mientes corazón embustero, sucumbiste y ahora pretendes que nunca sucedió! Bailaste con él en plena calle, bajo la lluvia. ¡Lo hiciste tú! Yo nunca…
- ¡Tú nunca hubieras vivido de no ser por mí!-. La voz llora.
- No condenes al olvido las experiencias vividas. Prefiero que los recuerdos me maten a tener que vivir sin ellos.
- Todo irá bien, nos curaremos.
- Ya no hay cura posible, detente. Muramos de dolor, mira cuánta sangre. Se acaba el tiempo. Estoy cansada. Quiero dormir, dormir y no despertar.
- Duerme. Mañana será otro día. No te dejaré morir, no de dolor.

jueves, 25 de febrero de 2010

A URSULA


Hemos enterrado a Ursula. Trasplantamos nuestra Pachira Acuatica (nombre irónico dado a la poca agua que necesita), y allí depositamos a Ursula. Un animal delicado, dijo el veterinario de la clínica de animales exóticos cuando la llevamos. Al poco de estar allí Ursula entró en coma. Su corazón seguía latiendo. Yo le pregunté a Sergio si el tamaño del corazón de Ursula sería equivalente a una pipa. La primera vez que la vi pensé: Vaya bicho más desagraciado, tan escuálido y raquítico!

Pasamos a verla. Una camilla tan grande para un animal tan pequeño. Creo que a todos se nos hizo raro verla allí, intubada. El médico le puso un aparato en el pecho, algo parecido a una clavija de teléfono, y todos escuchamos su corazón. Sonaba como cualquier otro corazón. El médico habló de nuevo: Muerte cerebral. Pronostico. 1%, el porcentaje es ínfimo. Bum Bum - Bum Bum, latió un corazón del tamaño de una pipa. Si la hubiera llevado antes al médico, si le hubiera dado más calor, si la hubiera tenido en un terrario en lugar de la maldita jaula que con tanto ahínco me empeñé en comprar.

Sus articulaciones siempre me parecieron graciosas. Atrofia. Si la hubiera llevado antes al médico… Le dolerían las articulaciones? Sufriría ella en su jaula mientras yo reía, o hablaba por teléfono, o cocinaba o hacía el amor? Sufría Ursula? No lo pregunté. Me apuntaré en la agenda que tengo que llamar al médico y preguntárselo. Necesito saberlo. El sentimiento de culpa es horrible. Ahora el aire mece la Pachira Acuática y mece a Ursula también. Ursula sólo se metía en su jaula para comer. Siempre estaba encaramada a los barrotes por el exterior. Quiero pensar que aquello le confería un poco de libertad.

Yo dormitaba, con los ojos hinchados. Sergio encendió una vela. Por Ursula, me dijo. Desperté cuando la vela se apagó. Miré el reloj. La vela no se había consumido, sólo se había extinguido su llama. El doctor dijo: Hizo parada sobre las 00.30 y la 01.00. En casa sabemos cuando descansó la pipa. Yo desperté, Sergio despertó. Y se hizo la oscuridad.

Lucía el sol el martes por la mañana cuando fui la clínica de animales exóticos. Qué bien le iría este sol a Ursula!, pensé. En mi mochila llevaba la mantita con la que la había acurrucado la noche anterior. Metieron el paquetito allí y yo me la llevé de paseo. Bajé en Catalunya y vine paseando hasta la Galería. A Ursula le hubiera gustado este paseo. ¿Por qué no lo hice mejor? ¿ Si se que puedo hacerlo mejor… por qué no lo hago?

Deniz me llama al salir de la escuela. Quiere saber. Pregunta y yo respondo. Él llora al otro lado del teléfono.Él la llevó a la escuela orgulloso. Fue un buen día. Deniz contaba los dias para su cumpleaños y hablaba de los regalos que le haríamos.

Oigo el clic a las 10.30 de la mañana. Es el temporizador de su lámpara. Pero nada se enciende. Y entristezco, y caigo. La culpa. La culpa es buena, la culpa enseña. Eso me dice Sergio. Sergio me cuida, no tiene tiempo para expresar lo que siente, yo tomo protagonismo y él me resguarda con su capa que todo lo reconforta. Él cuidaba a Ursula. Él quita el temporizador para que yo no me caiga, para que no llore. Él libera la comida de Ursula porque hacen ruido y pienso que es ella trepando. Él deja la jaula de Ursula para que no todo desaparezca de golpe. Él me cuida a mí.

La metimos en la maceta nueva. Deniz había escrito cosas bonitas en un papel. Sergio buscó un pequeño crucifijo que encontramos en una vieja maleta. Metimos todo en la maceta. Deniz su papel de cosas bonitas, Sergio la cruz, yo mis lagrimas de culpa. El paquetito era pequeño, blanco. Como el que le dan a mi abuela en la mercería cuando compra cremalleras o hilos. Todos cogimos el paquetito. El doctor dijo: No lo abráis. La muerte de un camaleón es muy drástica. Cambian el color. Negro. No es agradable. Si os decidís a tener otro camaleón venid con él a la clínica y os explicaremos todo- Yo no quiero otro Camaleón! Quiero a Ursula! Quiero que vuelva, quiero que no se haya muerto, quiero una segunda oportunidad- Aquí le echaremos un vistazo para ver en qué condiciones se encuentra- ¡No quiero aprender de mis errores! ¡¡¡Quiero retroceder en el tiempo!!! ¡Quiero a Ursula! La culpa se transforma en un doloroso nudo…que me recorre la garganta…


La recuerdo, con sus diminutas articulaciones nudosas, trepando lenta y cauta por mis manos, en mi hombro y por mi pelo. Ella me agradecía todo a cambio de nada porque cuando la tenía entre mis manos su color se tornaba verde, estaba feliz. Yo no lo merecía pero ella me lo daba.

Qué bonita la vemos ahora. Nuestra Ursula, tan buena y tan dócil. El amor cambia la perspectiva de todo, es el único sentimiento que te regala la realidad más hermosa. Tal vez, las moléculas se amen entre ellas, tal vez vivan historias hermosas que nunca conoceremos, porque incluso el ser más pequeño e ínfimo puede ser amado… incluso un pulgón que amó a una pulga tiene derecho a escribirle a esta unos versos de amor. Al menos eso creo yo. Gracias por todo Ursula.

jueves, 11 de febrero de 2010

CONJETURAS DESENFOCADAS


Hoy escuchando a Laura Branigan he dado con una versión de una canción que llevaba siglos sin escuchar: Tell me how am I supposed to live without you. Este es el título y también el estribillo de la misma, Branigan la canta con una nota desgarradora sin que la voz llegue a rasgarse. Por un momento me he imaginado el momento en que alguien en este mundo me mire a los ojos y me diga esas palabras exactas: “Dime como se supone que debo vivir sin ti, ahora que llevo tanto tiempo amándote, cómo se supone que debo continuar, ahora que todo por lo que he vivido se ha ido” Existe aún ese tipo de amor, ese tipo de seres que desnuden su alma y sus sentimientos frente al que aman, mostrando la parte rota y remendada de sus flaquezas? Aun hay personas que hablen con el corazón y no con la cabeza?

Hoy en día el amor debe ser una ecuación perfecta y cuando algún número baila la desechamos. Relaciones construidas bajo la estrecha mirada de una normativa muy marcada, un abecedario de lo que estadísticamente funciona y lo que no. Tenemos miedo a sentir y cuando lo hacemos tememos mostrarlo porque eso rompe las normas, todo tiene que seguir un curso y unas pautas.

Pues bien, yo soy yo, yo sólo sigo mi curso y sólo yo marco mis pautas, yo hago el molde. La vida está para que cada uno la viva como desee y yo deseo sentir, ser libre y expresarme como tal y si amo a alguien quiero que ese alguien sepa qué ritmo marca cada centímetro de mi corazón y qué se mueve dentro de mi cuando le veo.

Aaahh, esto son sólo pensamientos, conjeturas desenfocadas puesto que como yo bien he dicho… no hay una fórmula infalible para que las cosas salgan bien. Sólo se que si alguien me dijera: ¡Mira Silvia, lo nuestro no funciona porque….”. Y yo viera mi vida alejarse del aroma de su risa, del tacto de su olor y del sonido de su piel, sí, sí le diría: “Dime como se supone que debo vivir sin ti, ahora que llevo tanto tiempo amándote, cómo se supone que debo continuar, ahora que todo por lo que he vivido se ha ido”

09-02-2010


09-02-2010- Olvidé publicarlo!

La lluvia sigue y sigue. La mía ha sido noche de tormenta y ha amanecido un día gris, frío y lejano. Llevo el piloto automático. Escucho la inusual voz de Cole Porter, en la calle mi plantita, que todos creían que moriría enseguida, mueve sus verdes hojas al son de la húmeda brisa. Nadie creía que esa plantita lo consiguiera. El invierno está siendo duro para ella, pero crece y crece, alta y orgullosa. Pasa la gente, abrigada y de nuevo con sus paraguas de varillas amenazadoras que dicen: No te acerques a mi dueño/a, él/ella me compró en El Corte Inglés, él/ella no quiere mojarse, no te acerques o me engancharé a tu pelo. Incluso es posible que te saque un ojo. Atrás!

Estoy enfrascada con el libro de Steinbeck, Las Uvas de la ira. Y a cada frase siento un nuevo pálpito y mi admiración se desborda una y otra vez. Hombres y mujeres, niños y ancianos, desterrados de sus casas, de sus trabajos, de sus vidas. Resignados a abandonar la tierra que tan patrióticamente aman. Hombres de campo, mujeres de sus casas, niños descalzos. Todos on the road 66 hacia California en busca del gran Sueño Americano. ¿Acaso no es eso lo que, de un modo u otro, todos buscamos?

martes, 26 de enero de 2010

2010 empieza pasado por agua...


Aunque el título de esta entrada apunta a un artículo de quejas sobre el mal tiempo y en como este afecta a una pequeña galería de arte que acaba de nacer, los tiros van por otro lado. Hoy he encontrado algo que me ha hecho reír, me he encontrado a mi misma. Me explico, he encontrado algo que le escribí a alguien hace poco más de un año. Resulta que por esas fechas, que ahora se me antojan lejanas, conocí a un chico con unos morros capaz de alguna que otra locura y de ojos marrones ( que se ponían su traje verde para llorar). Como no conozco a muchas mujeres que habiéndose perdido en ciertas delicias que ahora no vienen a cuento, no sintieran el deseo de ofrecerle al mundo un poquito de humor ahí va mi pequeña porción de locura...
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Trucos para hacer que me desenganche de ti:

1.Come espinacas o lo que sea pero con orégano o albahaca y no te laves los dientes antes de vernos.(el ajo también ayuda)
2. Ponte un poco de jabón ( blanco) o masa para croasan...saliendo de la nariz...(simulando mocos de esos que salen cuando nadas en el mar)
3. Cuando tengas previsto hacer el amor conmigo...ponte un tanga ( rosa chicle a ser posible)
4. Cuando vengas a casa o vaya yo a la tuya procura ir al lavabo para un Nº2, deja la puerta abierta y lee el playboy o haz un crucigrama y luego me llamas para que te alcance el papel....
5. Cada vez que yo haga uno de mis chistes estúpidos ríete como una hiena a ser posible y si estamos comiendo, ríete con la boca llena.
6. Si quieres hurgarte la nariz delante mío...no te cortes...
7. Duerme con pijama (winnie de phoo a ser posible)
8. Alardea sin control sobre todas tus ex y lo buenas que estaban...( ah..eso ya lo has hecho!) 3 puntos...!!! jajajajaj
9. Si te tiras un pedo asegúrate de que estamos los dos bajo la misma manta ( efecto burbuja mortal)
10. Un eructo después de comer no vendría mal...
11. Llámame "churri" "nena" " cariñín" "cari" y cosas por el estilo...
12. Un poco de caspa nunca va mal...


Ahhhh, podría seguir y seguir pero creo que con solo un par de estas cosas ya obtendría el latigazo que mi corazón necesita ahora mismo...
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Silvia