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miércoles, 16 de junio de 2010

COGE MI MANO-Capitulo1


Habían encendido las luces en las calles cuando entró en el barrio. Aquellas luces anaranjadas lo bañaban todo con melancolía. Siempre había pensado que nada bueno podía ocurrir bajo aquellas luces. Las calles estaban vacías a excepción de un escuálido perro que rondaba en busca de comida. Las botellas de cristal tintineaban dentro de la mochila. Era un repiqueteo burlón que decía: Le traes su muerte en tu mochila. El viejo te lo agradece. Le traes la muerte disfrazada de ayuda.
Le vio sentado en un banco que no era el de costumbre, que estaba ocupado por un hombre robusto de rostro sonrosado que dormía la mona plácidamente. Se acercó al anciano a paso lento, después de todo, no había prisa. Se sentó junto a él. El viejo se giró para mirarle, pero no lo hizo.
-Ha hecho un buen día hoy, sí señor-. Anunció con voz rasposa. Le costaba hablar.
-¿Qué te ha ocurrido en la boca?
- Unos gamberros hace unos días, nada de importancia, me saltaron unos dientes pero como esos ya estaban hechos polvo, casi me hicieron un favor…-. Relató el viejo mostrando una triste y desdentada sonrisa.
-Lo siento-. Dijo apretando los puños contra sus piernas. El viejo sacó del bolsillo del pantalón, una bolsita de plástico con restos de pan. Las palomas acudieron al reclamo.
- Me llevaron al hospital, allí me ducharon y todo. Me dieron de comer, sopa caliente y una tortilla a la francesa riquísima, también me querían dar ropa nueva pero la mía aun me aguantará toda la primavera. Se portaron bien los del hospital. No hay nada que sentir ¡salí como nuevo!
Miraron a las palomas comer y estas llenaron la plaza con sus arrullos. El anciano las miraba con cariño, después de todo él era una paloma más.
- He perdido mi trabajo hoy. Me han despedido. Recorte de personal.
- Pues ahí van dos favores esta semana. Siempre he pensado que vales demasiado para malgastar tu vida en una fábrica. Esto es algo bueno, ahora has de buscar tu camino.
- Me voy a ir, me voy a ir lejos-. El anciano le miró fijamente y posó sus manos huesudas y temblorosas en el rostro que tenía ante sí.
- Nada me haría más feliz que verte partir bien lejos. Tú perteneces a un lugar mejor, aquí hay mucha amargura. Si no te marchas te convertirás en una de esas sombras que, resentidas por las frustraciones de no haber cumplido sus sueños, vagan grises y perdidas en un mundo al que no quieren. Yo soy uno de ellos, se de lo que hablo. Hazme caso, lárgate lo más lejos que puedas de aquí-. El viejo arrugó la bolsa de plástico, ahora vacía, y volvió a meterla en el bolsillo.
- Quiero llevarte conmigo.
- Cuando al fin decides volar libre vas te llevas a un muerto como yo…, no gracias, yo soy viejo, estoy enfermo. Volarás más alto si no cargas conmigo-. El anciano tenía los ojos húmedos y la voz se le quebró.
- Vendré a por ti y si no te encuentro yo tampoco me iré.
- ¿Por qué me haces esto? ¿No te das cuenta de en qué me he convertido? Mírame, soy un despojo. Un vagabundo alcohólico…eso es lo que soy ahora. Tú me idealizas, retienes esa imagen distorsionada de mí y te aferras a ella.
- El otro día entre en una librería del centro, un grupo de estudiantes compraban tu libro. Aun existes, no sólo para mí, existes para muchos.
- Soy un vagabundo que te espera aquí cada jueves por lo que llevas en la mochila, ese soy yo ahora-. Respondió el anciano con desdén. Luego posó la mirada sobre la única paloma que quedaba en la plaza.- Soy como las palomas.
- Me llevabas a la playa y paseábamos por la orilla juntos de la mano. Luego tú te sentabas a escribir y yo jugaba con la arena. Los días más felices de mi vida me los has dado tú. Eres mi padre.

Regresó a  casa con la cabeza baja y dando una vuelta. Sentía la mochila que colgaba ahora vacía en su espalda. Apretó los puños al entrar en el portal. Había subido hasta el cuarto piso cuando se sentó en uno de los peldaños de las escaleras, abrazó la mochila como si esta estuviera viva y dejó la mirada perdida en la oscuridad.

Silvia Serra