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viernes, 3 de septiembre de 2010

AMOR CIEGO O DIARIO DE LA NIÑA TOPO


Dedicado al entrañable Osvaldo Carvajal.

¿Cuántas veces me habré enamorado en mi vida? De pequeña me bastaba para ver al chico más guapo del día para enamorarme perdidamente y entregarle mi corazón para siempre jamás o al menos hasta el día siguiente. Llegué a enamorarme de chicos realmente extraños, recuerdo a uno que no movía los brazos al caminar, y luego está ese pelirrojo que no hablaba. Yo tendría unos diez años y era miope, no muy topo aunque lo bastante como para no ver bien a las personas de lejos, de manera que a veces me enamoraba de sombras difusas, siluetas difuminadas, pero también ellas eran carne para mi caldo. Amaba el amor. Necesitaba sentir amor y todo lo que ello conlleva, mi gran amado era el amor. Mi azúcar y mi sal... sin él nada tenía sentido. Así que aquí me tenéis, la que fuera una niña de diez años que al salir de la piscina entrecerraba los ojos intentando captar el detalle de la sombra de un desconocido, el color de su pelo, si tenía o no dos ojos y dos piernas... y si cumplía esos requisitos... yo me decía a mi misma: ‘Vaya... creo que le amo’. El momento del desamor era tan drástico como quitarse un tirita de golpe y tenía lugar en el preciso momento en el que me ponía las gafas.
A los catorce empecé a usar lentillas y también empecé a enamorarme con mas tino. A los de baush&lomb les debo un corazón menos decepcionado.

A los 19 yo vivía en Francia. Huí al país vecino, huí de un amor que me había sido entregado y que yo no podía corresponder. Si algo me atormenta es no poder corresponder al amor con amor. Una vez en Francia mi primer amor allí fue Alain, un carnicero charcutero del supermecado Casino. Alain y yo intercambiamos intensas conversaciones, ‘ponme un poco de jamón, por favor’ a lo que él respondía: ‘ ¿te lo corto fino o grueso?’. Y nuestras miradas se cruzaban. El vocabulario charcutero fue mi primer contacto real con el francés. Nuestra historia no pasó del mostrador, y un día, mientras el cortaba finamente mi ración de jamón, manjar que yo ya había empezado a coleccionar en mi nevera y de hecho podría haber vendido al por mayor, me percaté de un detalle que cambiaría mis sentimientos por Alain para siempre. Sus pulgares. Los vi dibujados, cogiendo la pieza de jamón y meciéndola delante y atrás en la máquina cortadora, con su pulgar en forma de pezuña de cerdo. ¡Dedos porcinos!. Supongo que alguien habrá venerado esas pezuñas sonrosadas, pero ese alguien no iba a ser yo. Pronto llegó Jean-Sebastien, componente de un grupo de AIKIDO que se hospedaba en mi mismo hotel en el que yo trabajaba como canguro. JS me hablaba sin parar de una manera tan entrañable, parecía estar tan lleno de vida. creo que no me hubiera enamorado de él si hubiera entendido una sola palabra de lo que decía. Entiendan ustedes las limitaciones del vocablo del mundo de la charcutería y carnicería. Imagínense, él diría algo como “ estás muy guapa esta noche” y yo contestaría “ Celery Rémoulade”. Pero en lugar de eso, Jean-Sebastien hablaba con efusión y grandes aspavientos a ratos, a lo cual yo respondía entreabriendo la boca con sorpresa, y él sonreía aun más. Pero nunca supe si él sospechó que yo no entendí ni una sola de las palabras que él con tanta pasión me había entregado. JS se fue y me quedé triste, pensado en qué me habría dicho, pero pronto me consolé pensando en la de cosas tontas que seguro me diría y en cuan afortunada era yo de no poderlas entender. Aprendí el idioma, pero ningún otro francés volvió a ser de mi interés. Ahora los colecciono en mi memoria en forma de bultos o sombras. Está El chico del tren. El chico del tercer balcón por la derecha en el segundo piso del bloque de enfrente. El dependiente de videoclub. El chico que me encontré frente a la ventana de mi despacho ( el limpia ventanas). El chico dos cursos mayor que yo. El profesor sustituto. El chico por el que me apunté a baloncesto e hice un ridículo espantoso.El vecino de arriba 15 años mayor que yo. Y he de decir que también me enamoré de Son Goku y posteriormente de otro protagonistas de Dragon Ball. Había una chica en mi clase, en primaria, ella era muy inteligente y eso por aquel entonces se demostraba con la nota de los exámenes, se llamaba Ana B. y me consta que ella también estaba enamorada del mismo dibujo animado que yo, ese hecho me hacía sentir menos petarda. Es curiosa la manera que tenía el amor de hacerme sentir viva desde la infancia hasta la adolescencia. Me he enamorado de innumerables protagonistas de innumerables novelas. ¿Debemos idealizar el amor hasta darle la forma que deseamos y no darnos por vencidos hasta encontrarlo, o por el contrario deberíamos aceptar al amor aunque venga en forma de pezuñas de cerdo?

Silvia Serra