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jueves, 21 de octubre de 2010

THE BESTSELLER


A Ángel, quien puso a prueba nuestra amistad regalándome un Bestseller.

Verme enfrascada en ese tipo de lectura era algo tan inverosímil, que aun hoy me enfurezco con sólo pensarlo. ¿Cómo caí en sus redes? ¿ Cómo me siento tras la experiencia? Pues intentaré describirlo del modo más gráfico que sé. Imagine ser la novia de un príncipe, la mujer de un noble, la amante del mismísimo Elvis. Después de dichas experiencias, ¿posaríamos nuestra mirada en el ascensorista, o en el cajero del supermercado? Si supiéramos que en la azotea nos está esperando Niccolo Ferrante* ¿perderíamos el tiempo con el botones del edificio, o con el aparcacoches? No lo creo. Bueno, no lo creía hasta ahora.

Hace unos días acabé de leer La Perla, de John Steinbeck. Eran pasadas la media noche. Miré a mi alrededor. Siempre lo hago cuando termino un libro. Me quedo ahí quieta, analizando de nuevo el mundo material, aun estupefacta porque al pequeño Coyotito le hubieran abierto la cabeza de un disparo esos rastreadores a los que visualizo con cara de hiena, compruebo que todo está en su sitio. Vuelvo a la realidad. A menudo me escuecen los ojos cuando despierto de mi letargo. Me los froto. Esa noche no tenía sueño. La casa estaba quieta, ni los muebles se desperezaban, ni siquiera mis sonoros vecinos chinos de arriba hacían ruido. Paseé la mirada por la estantería de mi habitación. Me daba pereza levantarme así que tendría que conformarme con escoger algo de entre los libros que allí habían. Thomas Mann, Auster, Hawthorne, Goethe, Bukowski, Grass, Homero, Thoreau, las Brönte, Kawabata y Faulkner entre otros muchos. Saqué uno de entre tantos, lo hice mecánicamente. Sin motivo aparente. Miré su tapa. Habían unas letras ostentosas y doradas en la parte inferior derecha de la portada. Rezaban: Bestseller!! No conocía a la autora. Nunca había escuchado su nombre. Es en ese mismo instante cuando me ví a mi misma, sólo que a cámara lenta. En mi visión me estaba riendo, me reía de mis amigos que leen Bestsellers. Me he reído mucho de ellos a lo largo de mi vida. Me ví reír a carcajadas, sonreír con malicia, con saña. Reír con la boca llena, reír con los labios pintados. Raía mientras fumaba, mientras bebía y me salía el líquido por la nariz. Me reía de los amantes de Bestsellers del mundo. Les despreciaba por creer que compran literatura. Me creía mejor que ellos.
Soplé. Del libro salió una pequeña nube de polvo que me hizo estornudar. No lo entiendo, limpié la estantería hace sólo tres semanas. Volví a mi lado de la cama que aun estaba caliente. Abrí el libro. La forma de escribir se me antojó un poco simple, la manera en la que la autora se repetía en los detalles cada tres páginas me llevó a pensar que hasta la propia escritora destinaba su obra a seres obtusos. Visualicé a esos seres, hombros caídos, mirada perdida y un hilo de baba colgando y bocata de chopet en la mano. No sé por qué, pero los imaginé así. Leí cuarenta páginas, y en cada una me dije que esa sería la última. Pero luego hubo otra y otra y yo seguí leyendo. Cerré el Bestseller. Apagué la luz. Me escurrí bajo las sábanas. Me estremecía ante la idea de que puediera gustarme un bestseller. A ver, si tuviera que escoger entre convertirme en un Zombie o convertirme en una Fan de esos librejos escogería... ser un Zombie. Vale, comer carne humana o devorar bestsellers. Carne humana. Y con esos profundos pensamientos me dormí aquella noche. Soñé. El Bestseller se apoderó de mis sueños, y para colmo estos fueron plácidos. Por la mañana me levanté radiante. Si la vida fuera un musical yo hubiera sido Barbra Streisand en Hello, Dolly!.
Me quedé sola en casa por la mañana en casa. Pasé la mañana enfrascada en tan superflua lectura. Desayuné en la cama, con la mano adherida al libro. Como la pinza de un cangrejo que ha capturado una sabrosa presa y se resiste a soltarla. Llegó la hora de ir a trabajar. Odié el tramo de dos minutos a pié que hay entre mi casa y el metro. Nunca he podido leer andando, debido a mi falta de motricidad ya me resulta suficientemente difícil caminar sin más. Llegué al andén. Abrí el libro. El metro llegó en seguida. Dejé de leer con fastidio. Al entrar al vagón hice algo muy poco propio de mí, luego de que mis ojos se abrieran cual lechuza y mis colmillos se alargaran como los de un depredador, busqué desesperada un asiento en el que poder aposentarme tranquilamente y seguir leyendo aquel maldito libro para inútiles. En los transportes públicos la gente muestra verdadero interés por conocer el título de la obra que un lee. No sólo no me avergüenzo de mis gustos literarios si no que me enorgullezco de ellos. Pero esta vez era diferente. Tapé avergonzada el título del libro. Recordé a mi amigo Trevor en aquella fiesta en la que se presentó con un ligue barato y avergonzado la escondió dejándola sola en la barra toda la noche. Nunca entendí aquello. ¿Por qué salía con chicas de las que se avergonzaba? Bien, aquel día en el metro yo fui Trevor y el bestseller era mi ligue barato. La táctica consistía en poner el libro entre el bolso y mi cuerpo. De este modo nadie podría leer el título ni su contenido. Me pasé de parada.
Los dos días que siguieron hice cosas inimaginables, no grandes locuras pero sí pequeños gestos hasta ahora ajenos a mi personalidad. Entraba en el metro sin dejar salir antes, e incluso propinaba algún que otro codazo a quien se interponía en mi camino. Ni una anciana ni ninguna mujerona con juanetes me quitaría un asiento si yo podía evitarlo. Entiéndanlo, leer de pié no es lo mismo. Empecé a proteger mi bolso, en el llevo mi MacBook, mi monedero, mi teléfono, pero lo que yo protegía ahora era mi libro. Aquel libro era a la literatura lo que la mortadela a las carnes curadas, pero el caso es que yo me dormía pensando en la historia que en él se narraba. Me duchaba y pensaba en sus protagonistas, comía rememorando la trama. La verdadera vida no empezaba hasta que abría el libro y me adentraba en él. Lo lamento por las personas que viven conmigo, pero ni me percaté de su existencia esos días. Al llegar a casa podría haberme encontrado Latoya Jackson y Ramoncín en el lugar de mi hijo y mi novio y no hubiera notado nada extraño.

Cada vez quedaban menos páginas y mi temor se acrecentaba, Empecé a leer despacio. Espaciaba las horas de lecturas haciendo de la abstinencia algo insoportable. Inevitablemente el día llegó. Era de noche, todos dormían. pasadas las tres de la mañana. Terminé el libro al mismo tiempo que un gran vacío se apoderó de mí. La tristeza fue tan intensa y punzante que quise llorar. Sin pensarlo dos veces salté de la cama. Encendí las luces del comedor, Busqué entre los libros, Jane Austen, D,H. Lawrence, Flaubert. ¡ya los había leído! Los libros que despertaban mi atención eran aquellos que ya conocía. Fui al estudio, repasé los libros que hay allí... nada. Volví al comedor al tiempo que el agujero negro y vacío se hacía más grande. Me sentía desesperada, algo en mi me decía que debía esperar un par de días antes de embarcarme de nuevo. Pero no hice caso.
Subestimé al cajero de supermercado y ahora me cuesta olvidarle a pesar de que ahora paseo con un Niccolo Ferrante. He vuelto a ceder mi sitio en el metro pero a esas señoronas juanetudas del metro decirles que ni todos los asientos el mundo les van a quitar el semblante avinagrado que arrastran.

* Niccolo Ferrante: Personaje interpretado por Cary Grant en la película An Affair to Remember. Que nadie se imagine a un chulazo Italiano engominado, con diadema y pantalones blancos esperándome en la cima del Empire State. ¡Faltaría más!

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