ecoestadistica.com

martes, 14 de diciembre de 2010

LA CARTA


Mi querido amante perdido,

¿Cuántos años han pasado? Muchos mi querido, pero aun conservo un recuerdo muy vivo de aquellos días, de aquellos meses a tu lado. Recuerdo la manta de retales en la que yacíamos desnudos, despreocupados, felices reíamos sin que nada importara más que nosotros. Nuestros dedos se entrelazaban, y sudando las temblorosas yemas se unían como nosotros lo hiciéramos minutos antes. Guardo todos tus besos. Tus labios se perdían en mi cuello. Yo cerraba los ojos y sentía tu respiración pausada. Tu boca buscaba su camino con la habilidad de quien ya lo ha recorrido antes.
Un día tuviste una idea, llenarías con tus besos mi cuerpo. Ni un milímetro quedaría libre de tu conquista. Qué maravilloso regalo me hiciste sin saberlo. La luz entraba a raudales por la ventana, de fondo sonaba Sarah Vaughan y su April in Paris. Mi querido amante.
Han pasado cincuenta años ya. Soy una anciana, una anciana que te recuerda y aun siente tu cálido abrazo y el dulce aliento de tu voz.
¿Cómo acabé detrás del sofá? No logro recordarlo. Sé que allí, detrás de aquel pequeño sofá, tumbada en el suelo y arropada por el remolino de mantas, te esperaba. Tu apareciste frente a mi con el desayuno, me miraste sobrecogido, dejaste la bandeja en la también diminuta mesa y viniste a mi lado. Me estrechaste entre tus brazos y te vi llorar. Nunca me habías amado tanto, dijiste. Querías conservar aquel momento para siempre, congelar el mundo hasta que tu corazón explotara. Yo reí un con una mano alboroté tus cabellos lacios. Sentí miedo en mis adentros. Tus palabras, tu mirada. Escuché tu corazón latiendo desbocado. ¿Por qué no detuve el tiempo contigo? Ahora estaríamos tras aquel sofá tu y yo, tu dedo acariciaría mi mejilla y mis labios recogerían tus lágrimas.

La marca del hombro. A menudo me han preguntado por ella. Siempre inventé una historia nueva. Me mordiste suavemente pero yo quise que apretaras. Insistí hasta que noté que algo se rompía. Un dulce dolor inundó mi cuerpo y un hilo de sangre me recorrió la espalda. Rojo, espeso, libre.

¿ Qué pasó entre nosotros? Te fuiste. Marchaste a la guerra. Al poco llegaron las nuevas. Te mataron. Me mataron. Morimos. Y tu aliento en mi cuello murió para siempre. Muchos vinieron después de ti, te busqué desesperadamente, en otros cuerpos, en otros ojos. Quise regresar a tus caricias pero no las volví a encontrar. Y de mí sólo quedó una cáscara, dura, rugosa y fría.

Me casé. Nunca tuve hijos. Sólo ahora que me he quedado sola me siento libre para volver. ¡Qué vieja soy ahora y qué poco me queda ya! En mis últimas horas permite que esta anciana recuerde sus días a tu lado. Sin duda los más dulces de su larga vida. Tus manos tomaban mis tobillos con fuerza y me arrastraban por la moqueta. Un día te conté que siendo niña había visto a dos hermanos jugar arrastrándose por el suelo de aquella manera, y me había parecido muy divertido. Yo cerraba los ojos y sentía el cuerpo flotar. Olvidaba cada rincón de mi ser y simplemente me dejaba llevar por ti. El suelo se deslizaba silencioso y obediente bajo mi cuerpo. Sólo escuchaba tu risa.

Te recuerdo entre mis piernas. Tus manos ceremoniosas recorrían mis muslos y una descarga sacudía mi espalda. La primera vez que introdujiste los dedos de mis pies en tu boca, simplemente pensé que eras un completo cochino. Perdóname, pero no estaba preparada para lo que estaba a punto de sentir. Aun lo siento ahora. Aquella fue la primera de una larga lista, una lista de cosas prohibidas de las que nos alimentábamos sin quedar nunca saciados. Nos ruborizábamos al ver el brillo en nuestros ojos. Recuerdo el calor, nuestras labios siempre húmedos. Siento los mareos que casi me hacían desvanecer. Noto mi visión borrosa, escucho la lámpara caer fustigada contra el suelo. Nuestras respiraciones ingenuas y alocadas. Cierro los ojos y lo siento todo. Te siento.
Nunca me he permitido hablar de ti y a cambio me he pasado la vida echándote de menos. Una vida sin y y en la que he sido completamente tuya.
¿Por qué moriste? Entiendo por qué morí yo, pero ¿por qué moriste tu?. No estabas echo para la guerra. ¿Tuviste miedo? ¿Pensaste en mi?
Ahora la muerte acecha a este pobre saco de huesos viejos, y ella es sin duda, mi única esperanza. Me despido de lo poco que dejo aquí y de lo es importante para mi. Le digo a este mundo que me voy contigo.¡Qué cosas! Tantos años sin ti y ahora no puedo esperar ni un segundo más.

¡Quiéreme cuando llegue! Quiéreme más ahora que sabes que no seguí sin ti, que morí contigo porque nunca más volví a sentirme viva!

Tuya siempre,

T.