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sábado, 12 de marzo de 2011

Esta noche, sólo yo


Oigo el tintineo de las copas: alguien brinda por algo. Personas que tienen algo que celebrar. Estoy aquí dentro, en mi galería. He comido un plato precocinado de aspecto dudoso. Tengo un encargo que entregar mañana y no puedo pintar. No debería coger encargos que no me gustan. Es como tener sexo sin ganas, a menudo contraproducente.
Me levanto y camino descalza por mis pequeños dominios. Tengo frío. Hoy no quiero volver a casa. En breve será media noche y mañana me espera un día duro.
Oigo risas. Mañana por la noche yo también brindaré en ese mismo restaurante. Un suculento aunque algo escaso plato de la mejor cocina ahumará mi rostro sonriente. ¿Por qué sonreiré mañana? He decidido no pensar en el mañana, me centro en el ahora. Ni siquiera en el hoy, sólo el ahora. Es mejor así.
Las gentes caminan presurosas, los imagino engalanados para esta noche. Veo tras los infranqueables muros de mi galería. Huelo sus perfumes. El chocar de sus pulseras. Un teléfono suena a lo lejos. Nadie atiende.
Llevo un mes sin tomar una sola fotografía y ya noto la boca seca, el pulso acelerado. Me recuerdo a mi misma encerrada en la habitación de mi Riad...incapaz de volver a coger mis cámaras. Nada era ya real, todo era una fotografía. Cerré todas las ventanas, él sol de la mañana me recordaba que era un momento propicio para empezar a disparar. Me quedé a oscuras, me metí en mi estrecha cama y dormí. Soñé con las personas a las que había fotografiado, centenares, gentes en los campos, en el desierto, en pueblos y ciudades, gentes gentes y más gentes. Dormí hasta bien entrada la noche. A la hora de cenar fui a visitar a una familia que había conocido unos días antes. Me dieron de comer y la familia se reunió al completo conmigo, querían hablar de mis fotografías. Deseé irme, era demasiado para alguien como yo en aquellos días. Me llenaban la boca y me regalaban los oídos. Una de las hijas fue a su habitación y regresó con una carpeta, y con un gesto ceremonioso, me la entregó. Todos enmudecieron. Abrí la carpeta. Dibujos. Los miré con atención. Disfruté un rato del silencio. Intenté contar cuántos ojos habían posados en mi. Centré mi atención todo lo que pude en los trazos que se mostraban ante mi. El estilo era manga, los dibujos hablaban de adolescentes entrelazados en abrazos infinitos. Largas e imposibles cabelleras acariciaban el aire. Lágrimas de desamor. Al final de la carpeta habían dibujadas una especies de cacas con ojos. En serio, una de esas boñigas de Manga. Aguanté la risa. Levanté la vista solemne. Todos contenían la respiración... entonces la madre habló: “ nunca le ha enseñado esa carpeta a nadie” Comentario que el resto de la familia se apresuró a secundar con sendos movimientos de cabeza. “ claro señores, aquí hay peña desnuda y ustedes no enseñan ni el pelo”
Una frase estupida de las mías, y esa muchacha no volvería a coger un lápiz. ¿ quién era yo para hacer una cosa así? Soy alguien que no se otorgó tal derecho.

Espero que siga haciendo lo que más le gusta. Aunque lo haga sólo para ella misma. Espero que su país le deje algún día expresar a la personita maravillosa que llevaba dentro.

Me voy a casa.

Silvia Serra

1 comentario:

  1. te vas a casa...
    ya has cumplido...

    mañana/hoy será otro dia, otro temita, otro desahogo y así vuelve a la galería del olvido...

    buen provecho en tu cena, allí no tendrás dibujitos ni cacas con ojitos...

    felíz tu que con eso cierras otra puerta...

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